martes, 22 de septiembre de 2015

¿Que paso con la adoración? A.W.Tozer

LA ADORACIÓN EN LA IGLESIA CRISTIANA

Yo sé tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente!
Así por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca.
Porque dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad: y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo.
Te aconsejo que de mí compres oro refinado por fuego, para que seas rico, y vestiduras blancas para que te cubras, y no quede al descubierto la vergüenza de tu desnudez: y unge tus ojos con colirio, para que veas.
Yo reprendo y corrijo a todos los que amo: sé, pues, celoso, y arrepiéntete.
He aquí, yo estoy a la puerta y llamo: si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo.
Al que venza, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono.
El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Apocalipsis 3:15-22


Las iglesias cristianas han llegado al peligroso tiempo predicho hace tanto tiempo. Es una época en la que nos podemos dar palmaditas en la espalda y felicitarnos unos á otros, unirnos al coro: «¡si somos ricos, nos hemos enriquecido, y de ninguna cosa tenemos necesidad.
Desde luego, es cierto que apenas si nos falta algo en nuestras iglesias hoy en día... excepto lo más impor­tante. Estarnos carentes de la ofrenda genuina y sagrada de nosotros mismos y de maestra adoración al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo.
En el mensaje de Apocalipsis, el ángel de la iglesia de Laodicea recibe esta acusación y este llamamiento (3:17. 19):
Dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad... Yo reprendo y corrijo a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete.

Mis propias lealtades y responsabilidades están y siempre estarán con las iglesias fuertemente evangélicas, creyentes en la Biblia y que dan honra a Cristo. Nos hemos proyectado adelante. Estamos edificando grandes iglesias y congregaciones. Nos jactamos de elevadas normas y hablamos mucho acerca del avivamiento.

Pero quiero hacer una pregunta, y no es mera retó­rica: ¿Que le ha sucedido a la adoración?
La contestación de muchos es: "Somos ricos y no tenemos necesidad de nada. ¿No dice esto algo acerca de la bendición de Dios?

¿Sabías que el célebre filósofo Jean-Paul Sartre que es tan citado, describe su dirigirse a la filosofía y a la desesperación como un apartamiento de una iglesia secularista? Dice: «No reconocí en el Dios atrayente que me enseñaban a aquel que estaba esperando por mi alma. Yo necesitaba un Creador: ¡me dieron un gran negociante!»
Ninguno de nosotros está tan preocupado como debiera por la imagen que verdaderamente proyectamos a la comunidad que nos rodea. AI menos, no cuando profesamos pertenecer a Jesucristo y seguimos fallando en exhibir Su amor y compasión como debiéramos.
Los cristianos fundamentalistas y «ortodoxos» hemos ganado la reputación de ser «tigres», grandes luchadores por la verdad. Nuestras manos están llenas de callos por los guanteletes de bronce que hemos llevado al golpear a los liberales. Por causa del significado de nuestra fe cristiana para un mundo perdido, estamos obligados a mantenemos por la verdad y a contender por la fe cuan­do ello es necesario.

Pero hay un camino mejor, incluso en nuestros tratos con los liberales en fe y en teología. Podemos hacer mucho más por ellos asemejándonos a Cristo que lo que podemos hacer batiéndolos en la cabeza, en sentido figurado, con nuestros nudillos.

Los liberales nos dicen que no pueden creer la Biblia. Nos dicen que no pueden creer que Jesucristo fue el unigénito Hijo de Dios. Al menos, la mayoría de ellos son honrados acerca de ello. Por otra parte, estoy seguro de que no vamos a hacer que doblen la rodilla maldiciéndolos. Si somos conducidos por el Espíritu de Dios y si mostramos el amor de Dios que este mundo necesita, nos transformamos en «santos atrayentes».

Lo extraño y maravilloso acerca de esto es que los santos verdaderamente atrayentes y amantes ni siquiera conocen su atractivo. Los grandes santos del pasado no sabían que eran grandes santos. Si alguien se lo hubiera dicho no lo hubieran creído, pero los que estaban a su alrededor sabían que Jesús estaba viviendo Su vida en ellos.
Creo que nos unimos al grupo de los santos atrayentes cuando se nos hacen claros los propósitos de Dios en Cristo. Nos unimos a este grupo cuando comenzamos a adorar a- Dios por ser Él quien es,
A veces los cristianos evangélicos parecen confusos e inciertos acerca de la naturaleza de Dios y de Sus propó­sitos en creación y redención. En tales casos, los pre­dicadores son a menudo los culpables. 

Sigue habiendo predicadores y maestros que dicen que Cristo murió para que no bebiéramos, no fumáramos y no fuéramos al teatro, ¡No es para asombrarse que la gente esté confundida! No es para asombrarse que se habitúen a recaer cuando tales cosas son las que se les presenta como la razón para la salvación.
¡Jesús nació de una virgen, sufrió bajo Poncio Pilato, murió en la cruz y resucitó de la tumba para transformar a los rebeldes en adoradores! Lo ha hecho todo de gracia. Nosotros somos los que recibimos de ella.

Puede que esto no suene a dramático, pero es la reve­lación de Dios y el camino de Dios.
Otro ejemplo de nuestros pensamientos erróneos acerca de Dios es la actitud de tantos de que Dios es ahora un caso caritativo. Como si fuera un encargado frustrado que no puede encontrar ayuda suficiente. Como estando junto al camino pidiendo cuántos vendrán en su ayuda y comenzarán a hacer Su obra.

¡Ah, si tan sólo recordáramos quién El es! Dios nunca realmente nos ha necesitado. ¡A ninguno de nosotros! Pero nos imaginamos que sí nos necesita, ¡y hacemos de ello una gran cosa cuando alguien acepta "trabajar para el Señor»!
Todos debiéramos estar dispuestos a trabajar para el Señor, pero es una cuestión de gracia de parte de Dios. Tengo la opinión de que no deberíamos preocuparnos por trabajar para Dios hasta que hayamos aprendido el significado y el deleite de adorarle Un adorador puede trabajar con calidad eterna en su trabajo pero un obrero que no adora está sólo apilando madera, paja y hojarasca para el tiempo en que Dios abrase el mundo.

Me temo que hay muchos cristianos profesantes que no quieren oír tales declaraciones acerca de su «activo programa de trabajo», pero es la verdad. ¡Dios quiere llamamos de vuelta a aquello para lo que nos creó: a adorarle y a gozar de Él para siempre! Es así, por una profunda adoración, que llevamos a cabo Su obra.

Oí a un presidente de una universidad decir que la Iglesia está «sufriendo una fiebre de amateurismo».
Cualquier persona inexperta, impreparada, inespiritual y vacía puede iniciar algo religioso y encontrar abun­dancia de seguidores que le oirán, y pagarán y promo­verán su causa. Podrá llegar a hacerse muy evidente que la tal persona, para empezar, jamás había oído de Dios.
Estas cosas están sucediendo a nuestro alrededor porque no somos adoradores. Si estamos verdadera­mente entre los adoradores no estaremos malgastando el tiempo en proyectos carnales o mundanos.

Todos los ejemplos que tenemos en la Biblia ilustran que la adoración feliz, devota y reverente es el empleo norma de los seres morales. Cada atisbo que se nos da del cielo y de los seres creados por Dios es siempre un atisbo de adoración y de regocijo y alabanza por cuanto Dios es quien es.
En Apocalipsis 4:10. 11, el apóstol Juan nos da un claro retrato de los seres creados alrededor del trono de Dios. Juan habla de la ocupación de los ancianos de esta manera:

Los veinticuatro ancianos se postran delante del que está sentado en el trono, y adoran al que vive por los siglos de los siglos, y echan sus coronas delante del trono, diciendo:
Señor, eres digno de recibir la gloria y el honor y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas.
Puedo decir con certeza, en base a la autoridad de todo lo que está revelado en la Palabra de Dios, que cualquier persona, hombre o mujer en esta tierra, que se siente aburrida y repelida por la adoración no está lista para el cielo.
Pero casi puedo oír decir a alguien: «¿Se estará Tozer apartando de la justificación por la fe? ¿No hemos oído siempre que somos justificados y salvados y en nuestro camino al cielo por la fe? Os aseguro que Martín Lutero nunca creyó en la justificación por la fe con más fuerza que yo mismo. Creo en la justificación por la fe. Creo que somos salvos por la fe en el Hijo de Dios como Señor y Salvador.

Pero en la actualidad hay una cualidad automática, mortífera, acerca de ser salvo. Y me preocupa mucho. Digo una cualidad «automática». «Póngase una canti­dad de fe como una moneda en la ranura, baje la palanca y saque la pequeña tarjeta de la salvación. Póngala en su cartera, y ¡ya se puede ir!»
Después de esto, el hombre o la mujer pueden decir: «Sí soy salvo.» ¿Cómo lo sabe? «Puse la moneda en la ranura. Acepté a Jesús y firmé la tarjeta.»

Muy bien. No hay nada intrínsecamente malo fir­mando una tarjeta. Puede ser algo de ayuda para saber quién ha hecho una indagación.
Pero la verdad, hermano y hermana, es que hemos sido traídos a Dios y a la fe y a la salvación para que adorásemos a Dios en contemplación arrobada. No veni­mos a Dios para ser cristianos automáticos, cristianos de corte, cristianos hechos con un molde.

Dios ha dado Su salvación para que podamos ser, individual y personalmente, vibrantes hijos de Dios', amar a Dios con todo nuestro corazón y adorándole en la hermosura de la santidad.
Esto no significa, ni lo estoy diciendo, que debamos adorar a Dios todos de la misma manera. El Espíritu Santo no obra mediante la idea o fórmula preconcebida de nadie. Pero sí sé esto: cuando el Santo Espíritu de Dios viene entre nosotros con Su unción, nos conver­timos en un pueblo adorador. Para algunos esto puede ser difícil de admitir, pero cuando estamos verdade­ramente adorando y contemplando arrobados al Dios de toda gracia, de todo amor y misericordia y de toda verdad, puede que no nos quedemos lo suficientemente quietos para agradar a todos.

Leo la descripción de Lucas de las multitudes en aquel primer Domingo de Ramos:
Cuando llegaban ya cerca de la bajada del monte de los Olivos, toda la multitud de los discípulos comenzó a alabar con alegría a Dios a grandes voces por todas las maravillas que habían visto, diciendo:
¡Bendito el Rey que viene en nombre del Señor; paz en el cielo, y gloria en las alturas!
Entonces algunos de los fariseos de entre la multitud le dijeron: Maestro, reprende a tus discípulos. Él res­pondiendo, les dijo: Os digo que si éstos callan, las piedras clamarán (19:37-40).

Dejad que os diga dos cosas aquí.
Primero, no creo que sea necesariamente cierto que estamos adorando a Dios cuando hacemos mucho ruido. Pero no es infrecuente que la adoración sea audible.
Cuando Jesús entró en Jerusalén presentándose como el Mesías hubo una gran multitud, y mucho ruido. Es indudable que muchos se unieron en los cánticos y en la alabanza que nunca habían aprendido a cantar afinando. Cuando se tiene un grupo de gente cantando donde sea, uno sabe que algunos no entonarán bien. Pero éste es el punto central de su adoración. Estaban
En segundo lugar, quisiera advertir a los que están revestidos de cultura, que son quietos, que se dominan a sí mismos, calmados y sofisticados, que si se sienten embarazados en la iglesia cuando algún feliz cristiano dice «¡Amén!», puede que estén realmente necesitando algo de iluminación espiritual. Los santos adoradores de Dios en el Cuerpo de Cristo han sido frecuentemente un poco ruidosos.

Espero que hayas leído algunos de los devocionales dejados por aquella vieja santa inglesa, Lady Julián, que vivió hace más de 600 años.
Escribió un día que había estado meditando acerca de cuan excelso y sublime era Jesús, y, sin embargo, cómo Él mismo suple la parte más humilde de nuestro deseo humano. Recibió tal bendición dentro de su ser que no se podía dominar. Lanzó un grito y alabó a Dios en voz alta en latín.
Traducido, habría salido algo así como «¡Bien, gloria a Dios!»

Ahora bien, si esto te turba, amigo, puede ser porque tú no conoces el tipo de bendiciones espirituales y deleite que el Espíritu Santo está esperando dar entre los santos adoradores de Dios.
¿Te has dado cuenta de lo que dijo Lucas acerca de los fariseos y de su petición de que Jesús reprendiera a Sus discípulos por alabar a Dios a grande voz? Sus normas rituales probablemente les permitían musitar las palabras «¡Gloria a Dios!», pero realmente les apenaba oír a alguien decirlas en voz alta.

Jesús les vino a decir a los fariseos: «Están hacien­do lo correcto. Dios mi Padre. Yo y el Espíritu Santo debemos ser adorados. Si los hombres y las mujeres no me adoran, ¡las mismas piedras clamarán mis alabanzas!
Aquellos fariseos religiosos, pulidos y alisados y vuel­tos a pulir, se habrían muerto de impresión si hubieran oído a una roca dar una voz y alabar al Señor.

Bien, nosotros tenemos grandes iglesias y hermosos santuarios, y nos unimos en el coro de «De nada tenemos necesidad». Pero hay todas las indicaciones de que nece­sitamos adoradores.
Tenemos muchos hombres dispuestos a sentarse en nuestras juntas de iglesia que no tienen deseo de gozo ni radiancia espiritual, y que nunca se presentan en las reuniones de oración de la iglesia. Éstos son hombres que a menudo toman las decisiones acerca del presu­puesto de la iglesia y de los gastos de la iglesia, y adonde irán los adornos en el nuevo edificio.
Éstas son las personas que gobiernan la iglesia, pero no puedes conseguir que vayan a la reunión de oración, porque no son adoradores.

Quizá no creas que ésta es una cuestión importante, pero esto, por lo que a mí respecta, te pone al otro lado. Me parece que siempre ha sido una terrible incon­gruencia que personas que no oran y que no adoran están sin embargo dirigiendo muchas de las iglesias y, finalmente, decidiendo la dirección que van a tomar.
Quizá nos hiera muy de cerca, pero deberíamos con­fesar que en muchas «buenas» iglesias dejamos que las mujeres oren y los hombres voten.
Debido a que no somos verdaderamente adoradores, pasarnos mucho tiempo en las iglesias sólo rodando las ruedas quemando la gasolina, haciendo ruido, pero no llegando a ninguna parte.
¡Oh, hermano! ¡Oh, hermana! Dios nos llama a adorar, pero en muchos casos nos dedicamos a un entrete­nimiento, sólo a la zaga de los teatros.

Ahí es donde estamos, incluso en las iglesias evan­gélicas, y no me importa deciros que la mayoría de las personas que decimos estamos tratando de alcanzar nunca vendrá a la iglesia a ver un montón de actores amateurs exhibiendo un talento de andar por casa.
Os lo digo: Fuera de la política, no hay ningún otro campo de actividad que tenga más palabras y menos hechos, más viento y menos lluvia.
¿Qué vamos a hacer acerca de esta maravillosa y her­mosa adoración a la que Dios nos llama? Antes preferiría adorar a Dios que hacer otra cosa que yo sepa en todo este ancho mundo.
No intentaré siquiera deciros cuántos himnarios están apilados en mi estudio. No puedo cantar media­namente bien, pero esto no es cosa que le importe a nadie. ¡Dios me considera un astro de la ópera!
Dios me oye mientras le canto los viejos himnos franceses traducidos, los viejos himnos latinos traduci­dos. Dios me escucha cuando le canto los viejos himnos griegos de la iglesia de Oriente, así como los hermosos salmos en metro y algunos de los más sencillos cánticos de Watts, Wesley y el resto.

Quiero decir que preferiría adorar a Dios que hacer cualquier otra cosa. Puede que contestes: -Si adoras a Dios no haces nada más.»
Pero esto sólo demuestra que no has hecho tus debe­res. La parte hermosa de la adoración es que te prepara y capacita para lanzarte a las cosas mas importantes que se deben hacer para Dios.
¡Escúchame! Prácticamente cada gran acción hecha en la iglesia de Cristo remontándonos hasta el apóstol Pablo fue hecha por personas ardientes con la radiante adoración de su Dios.
Un examen de la historia de la iglesia te demostrará que fueron los ardientes adoradores los que también vinieron a ser los grandes obreros. Aquellos grandes santos cuyos himnos cantamos tan tiernamente eran activos en su fe hasta el punto de que tenemos que asombrarnos de cómo pudieron hacerlo todo.

Los grandes hospitales surgieron de los corazones de hombres adoradores. Las instituciones mentales sur­gieron de los corazones de hombres y mujeres adora­dores y compasivos. Deberíamos decir también que allí donde la iglesia ha salido de su letargo, levantándose de su sueño y en las mareas del avivamiento y de la reno­vación espiritual, siempre los adoradores estaban detrás de ello.
Cometeremos un error si sólo nos refrenamos y de­cimos: «Pero si nos damos a la adoración, nadie hará nada.»

Al contrario, si nos damos al llamamiento de Dios a adorar, cada uno hará más de lo que está haciendo ahora. Sólo que lo que él o ella hagan tendrán signifi­cancia y sentido. Tendrá la cualidad de la eternidad en sí: será oro, plata y piedras preciosas, no madera, paja y hojarasca.
¿Por qué deberíamos estar callados acerca de las ma­ravillas de Dios? Deberíamos unirnos felices a Isaac Watts en uno de sus himnos de adoración:

Bendice, alma mía, al Dios viviente,
llama de vuelta tus pensamientos que vagan en redor.
Que todos los poderes en mí se unan
En obra y culto divino de adoración.
Bendice, alma mía, al Dios de gracia. Sus favores demandan tu más suma alabanza. ¿Por qué las maravillas que Él ha obrado Se han de perder en silencio, olvidadas?
Que toda la tierra Su poder confiese. Que toda la tierra Su gracia adore. Los gentiles, con los judíos, se unirán En obra y culto divino de adoración.
No puedo hablar por ti, pero quiero estar entre los adoradores. No quiero ser simplemente parte de alguna gran maquinaria eclesiástica donde el pastor le da a la manivela y la máquina va. Ya lo sabes: el pastor ama a todos, y todos le aman a él. Tiene que hacerlo. Le pagan para esto.


Quisiera que pudiéramos volver a la adoración.

Entonces, cuando la gente entre en la iglesia se dará cuenta en seguida de que han entrado entre personas santas, el pueblo de Dios. Podrán testificar: «En verdad Dios está en este lugar.» 

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