sábado, 14 de diciembre de 2013

Sobre el bautismo de los recasados. K. Bentson


Reunión del Presbiterio 14 de mayo de 2002    Zona Sur Gran Buenos Aires

Comentario preliminar:
Estamos tratando un tema, no solamente de contenido doctrinal, sino también, moral. Es decir, estamos tocando cuestiones delicadas. Digamos que en la iglesia del Señor, lo ideal sería que toda la iglesia universal estuviera unánime en su convicción acerca de cuestiones morales, como el divorcio y recasamiento como en otros temas, también.  Pero no lo está. Entonces, el peldaño más abajo sería que cada familia de iglesias (las denominaciones) tuviera su propia convicción y práctica unánimes; pero tampoco ha resultado así. Otro peldaño más abajo sería disfrutar de una unanimidad en los presbiterios o zonas para que la iglesia diera un sonido claro al mundo, aunque sea sólo  en su limitada zona. ¿Pero, qué hacemos cuando ni en un presbiterio existe un sentir igual entre todos? El último peldaño de la escalera es la misma congregación. En esta instancia, no puede haber dos posturas sobre cuestiones morales en una misma congregación. Pues bien, en nuestras comunidades, cuando hay diferencias de orden moral, se nos impone el deber de pensar, escuchar, hablar y actuar con prudencia. Estamos representando a Cristo Jesús con nuestras convicciones y prácticas. Dios nos acompañe en este tramo.



Consideraciones sobre un aspecto de la problemática de los recasados:
¿se les concede o no el bautismo sin que se aparten del adulterio?

INTRODUCCIÓN:
La base sobre la cual fundamentaremos nuestras consideraciones es "El que se divorcio de su mujer y se casa con otra comete adulterio; y el que se casa con la divorciada también comete adulterio".
No vamos a tratar el caso de los solteros que viven en concubinato;
Ni argumentar sobre si el adulterio o el abandono en el matrimonio justifican o no un subsiguiente divorcio y recasamiento;
Más bien, nuestra línea de pensamiento se dirige hacia aquellos que creen que el recasamiento, mientras viva el verdadero cónyuge (exceptuando los casos comprendidos por Moisés en Deut. 24 y Jesús en Mt. 19), siempre es adulterio, tanto en el caso de incrédulos o de creyentes.

I.  CÓMO  EVANGELIZABA  JESÚS
Nuestro Señor no fue clasificado como evangelista, sino como maestro. Evangelizaba, pero evangelizaba enseñando. Enseñaba directamente sobre cuál era la voluntad de Dios para la vida de los hombres. Los mismos milagros de Jesús enseñaban el poder, misericordia y amor del Padre. Pero el acatamiento a  las enseñanzas morales de Cristo definían cuál sería la verdadera  relación eterna de un pecador con Dios.  Los hombres serán juzgados por su  fe y obras, pues los dos aspectos no están en pugna el uno con el otro: obediencia es fe, y fe va unida a la obediencia.

San Pablo, también, se veía como maestro de las naciones:
Porque hay un solo Dios y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, quien dio su vida como rescate por todos. Este testimonio Dios lo ha dado a su debido tiempo, y para proclamarlo me nombré heraldo y apóstol. Digo la verdad y no miento: Dios me hizo maestro de los gentiles para enseñarles la verdadera fe  (I Tim. 2.5-7).
Nosotros, también, estamos enseñando a las naciones el camino de Cristo.

El Sermón del Monte viene a ser el mejor resumen de las enseñanzas de Jesús. Él terminó su discurso advirtiendo que sólo los que edificaban su vida sobre sus enseñanzas serías salvos:
Pero todo el que me oye estas palabras y no las pone en práctica es como un hombre insensato que construyó  su casa sobre la arena. Cayeron las lluvias, crecieron los fríos, y soplaron los vientos y azotaron aquella casa, y ésta se derrumbó, y grande fue su ruina  (Mt. 7.26,27).

Entren por la puerta estrecha. Porque es ancha la puerta y espacioso el camino que conduce a la destrucción y muchos entran por ella. Pero estrecha es la puerta y angosto el camino que conduce a la vida, y son pocos los que la encuentran (Mt. 7.13,14).

Las enseñanzas de Jesús, además de señalar la voluntad de Dios, ponían de manifiesto el pecado en el corazón humano:
Si yo no hubiera venido ni les hubiera hablado, no serían culpables de pecado. Pero ahora no tienen excusa por su pecado (Jn. 15.22).

De ahí, Jesús predicaba el arrepentimiento para alcanzar el perdón de los pecados.
¿De la misma manera, todos ustedes perecerán, a menos que se arrepientan (Lc. 13.3).
Él siguió la misma predicación de Juan el Bautista: Juan había retado a Herodes, aunque éste no era judío. A los fariseos y saduceos, les advirtió:
¡Camada de víboras! ¿Quién les dijo que podrán escapar del castigo que se acerca? Produzcan frutos que demuestren arrepentimiento (Mt. 3.7,8).

Cuando la gente se arrepentía, eran bautizados confesando sus pecados:
Acudía a él la gente de Jerusalén, de toda Judea y de toda la región del Jordán. Cuando confesaban sus pecados, él los bautizaba en el río Jordán (Mt. 3.5,6).

El bautismo dependía de su arrepentimiento, su confesión y de su disposición de abandonar el pecado. Juan hasta detallaba algunos pecados:
El que tiene dos túnicas debe compartir con el que no tiene ninguna... el que tiene comida debe hacer lo mismo... No cobren más de lo debido... No extorsionen a nadie ni hagan denuncias falsas... conformense con lo que pagan. Y con muchas otras palabras exhortaba Juan a la gente y le anunciaba las buenas nuevas ...  reprendió al tetrarca Herodes por el asunto de su cuñada Heródias (Lc. 3.10-19).

Luego, seguía el bautismo:
Y todo el pueblo y los publicanos, cuando lo oyeron, justificaron a Dios, bautízándose con el bautismo de Juan. Mas los fariseos y los intérpretes de la ley desecharon los designios de Dios respecto de sí mismos, no siendo bautizados por Juan (Lc. 7.29,30).

Este comentario ilustra el contexto y el significado de las últimas palabras de nuestro Señor:
El que crea y sea bautizado será salvo, pero el que no crea será condenado (Mc. 16.16).

"Creer" significaba que una persona conocía la palabra de Cristo y se consagraba a obedecerla. Lo vemos en el caso del joven rico:
¿Maestro bueno, qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?... Todo eso lo hE cumplido desde que era joven... Todavía te falta un a cosa vende todo lo que tienes y repártelo entre los pobres, y tendrás tesoro en el cielo. Luego, ven y sígueme. Cuando el hombre oyó esto, se entristeció mucho, pues era muy rico. Al verlo tan afligido, Jesús comentó: ¡Qué difícil es para los ricos entrar en el reino de Dios! Los que lo oyeron preguntaron: ¿Entonces, quién podrá salvarse? Lo que es imposible para los hombres es posible para Dios -aclaró Jesús (Lc. 18.18-27).

El mismo trato encontramos en el caso de la mujer samaritana cuando Cristo le puntualizó su adulterio:
Señor, dame de esa agua para que no vuelva a tener sed... Ve a llamar a tu esposo, y vuelve acá -le dijo Jesús. No tengo esposo...Bien has dicho que no tienes esposo... has tenido cinco, y el que ahora tienes no es tu esposo... (Jn. 4.15-18).

O sea, virtualmente, Jesús, al procurar llevar una persona a Dios, le daba una orden que servía para poner a prueba su fe y obediencia. Le daba lugar para considerar bien lo que significaba entregarse a él:
Supongamos que alguno de ustedes quiere construir una torre. ¿Acaso no se sienta primero a calcular el costo, para ver si tiene suficiente dinero para terminarla?... O supongamos que un rey está a punto de ir a la guerra contra otro rey. ¿Acaso no se sienta primero a calcular ...? De la misma manera, cualquier de ustedes que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser mi discípulo (Lc. 14.28-33).

Antes de pronunciar estas palabras, el Señor había aclarado a mucha gente lo siguiente:
Grandes multitudes seguían a Jesús; y él se volvió y les dijo: Si alguno viene a mí y no sacrifica el amor a su padre y a su madre, a su esposa y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, y aun a su propia vida, no puede ser mi discípulo. Y el que no carga su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo (Lc. 14.25-27)..Esfuércense por entrar por la puerta estrecha, porque les  digo que muchos tratarán de entrar y no podrán (Lc.13.24.).

Ser discípulo equivale ser salvo; entregarse, seguir, obedecer.

II.  NUESTRO  ENFOQUE  Y  FIN  EN  LA  PREDICACIÓN
Predicar las buenas nuevas incluye (en parte) predicar sobre la realidad del pecado, de qué consiste el pecado y las consecuencias temporales y eternas que acarrea. Lógicamaente, esto incluye la ley sobre el matrimonio como todas las leyes morales de Dios, de Cristo y de los apóstoles. Sin conciencia de pecado el pecador no necesita un salvador. Sin conciencia de su ignorancia, no necesita un maestro. Sin conciencia de su culpa, no necesita perdón.

La ley vino por Moisés, pero la gracia vino por Jesús. En su gracia, en su  bondad, Jesús nos enseñó plenamente acerca del pecado; el pecado en el corazón humano, en el mundo, en Satanás. Su ley iluminó la confusión y trajo a luz la verdad y la justicia. Era una gracia de Dios que Cristo enseñara sobre el pecado, pues lo que mata no es la ley sino el pecado.
¿Qué concluiremos? ¿Que la ley es pecado? De ninguna manera! Sin embargo, si no fuera por la ley, no me habría dado cuenta de lo que es el pecado. Por ejemplo, nunca habría sabido yo lo que es codiciar si la ley no hubiera dicho: No codicies .. Concluimos, pues, que la ley es santa, y que el mandamiento es santo, justo y bueno  (Rom. 7.7, 12 ).

También, en su gracia, Dios nos proporciona el poder para renunciar al pecado y vivir en justicia y santidad:
Ciertamente les aseguro que todo el que peca es esclavo del pecado...  si el Hijo los libera, serán ustedes verdaderamente libres (Jn. 8.34-36).
En verdad, Dios ha manifestado a toda la humanidad su gracia, la cual trae salvación, y nos enseña a rechazar la impiedad y las pasiones mundanas. Así podremos vivir en este mundo con justicia, piedad y dominio propio... (Tito 2.11-12).

Aunque no debemos tener una obsesión con el mal del adulterio, sí nos corresponde ser claros en denunciarlo en todas sus formas. Todo pecado es pecado, pero entre ellos, en toda sociedad, ciertos pecados constituyen el flagelo más evidente y de mayores consecuencias sociales. Entre ellos, hoy día, el divorcio y el recasamiento minan el mismo fundamento de la vida humana, con consecuencias morales, espirituales, psicológicas y económicas de inestimable alcance. Entre las consecuencias figura también la ira de Dios.

Pareciera que ciertos pecados de la sociedad fueron más denunciados por Jesús: la codicia, la avaricia, el amor al dinero. Los que practican estos males no heredarán el reino de Dios. También, nuestro Señor enfatizó la falta de perdón hacia otros como impedimento absoluto a la entrada de su reino.
Así también mi Padre celestial los tratará a ustedes, a menos que cada uno perdone de corazón a su hermano (Mt. 18.35).

III. LA  APLICACIÓN
En vez de hacer la pregunta: ¿Bautizamos a los divorciados y recasados?, corresponde primero hacernos la pregunta si les hemos predicado suficientemente la verdad acerca del matrimonio para que tengan plena conciencia de en qué consiste el pecado, y el porqué el recasamiento es un adulterio. Como Jesús, somos primero maestros. (Alegamos, sin titubeos, que hoy no se predica ni se explica la verdad divina acerca del divorcio y la gravedad del recasamiento.)

De ahí, debemos dar lugar a que el Espíritu Santo haga su obra: su primera obra es la de convencer al mundo de pecado, de justicia y de juicio.

Ampliemos la lista de pecados más allá del adulterio: Si el estilo, la característica, de una vida es de robar, mentir, ser iracundo, cometer inmundicias sexuales, ser orgulloso, etc., y el pecador se resiste a arrepentirse, a confesar, a abandonar, ¿qué derecho tengo yo de bautizarlo? No puede existir una fe que trae perdón si no acompaña el arrepentimiento. (Permitir eso ya sería predicar "otro" evangelio.)

IV.  PREGUNTAS
¿Qué hago si una persona iluminada en algún grado ya quiere bautizarse y yo tengo conocimiento de graves pecados en su vida?
Le enseño hasta que su conciencia contaminada reciba la luz necesaria para confesar sus pecados y tomar la decisión de apartarse de ellos. De esta manera yo lo ayudo a tener un verdadera fe en Cristo.

¿No es muy difícil para una persona, viviendo de segundas nupcias ilícitas, tomar la decisión de dejar de vivir con su segundo cónyuge?
Ciertamente, es difícil, como también es difícil para el rico entrar al reino. Jesús lo expresó de esta manera, con una hermosa salvedad:
¡Qué difícil es para los ricos entrar en el reino de Dios¡ ...Entonces, ¿Quién podrá salvarse? ... Lo que es imposible para los hombres es posible para Dios (Lc. 18.24-27).

Pero, si no bautizamos a los padres que viven ilícitamente, ¿cómo serán afectados los hijos?
Los hijos pueden ser ganados, a pesar de la condición de los padres, pues son más susceptibles al bien y al mal que los mismos padres. Debemos recordar, además, que si los padres, por no ser ejemplos en la justicia y la fe, resultaran tropiezo para los hijos, según Jesús sería mejor que una piedra de molino fuera atada a su cuello y fueran echados al mar.

4. Pero, ¿no es cierto que nadie, al convertirse, tiene total conciencia puntual de todos sus pecados para poder arrepentirse de ellos?        
Ciertamente. Pero al mismo tiempo tiene que haber suficiente luz para que sepa que está lejos de Dios, que su vida no agrada a Dios; y tiene que entender que desde aquí en adelante va a seguir en obediencia al Señor. Y en este primer tramo de iluminación, nos corresponde enseñarle todo aspecto del evangelio para que su fe sea firme y aceptable a Dios. Si viene al caso enseñarle especialmente sobre las drogas, la mentira, la lujuria, el recasamiento, etc., lo haremos. Lo urgente es guiarlo al arrepentimiento, no al bautismo.

¿Con qué derecho puedo negarle al recasado el bautismo? ¿Dónde lo dice la Biblia?
La Biblia no dice explícitamente que les neguemos el bautismo a los recasados. Tampoco lo dice referente a los ladrones, mentirosos, avaros, blasfemos, etc. Solamente afirma que los tales no heredarán el reino de Dios. Nosotros no predicamos "la iglesia"; a donde podemos permitir que pecadores entren; predicamos el reino de Cristo donde los pecadores no arrepentidos no pueden entrar.
En nuestra humanidad hay casos en que no predicamos adecuadamente, y gente no suficientemente iluminada o arrepentida es bautizada por nosotros. El apóstol Pedro tuvo un caso así: Simón, quien había sido hechicero, oyó el evangelio, creyó y se bautizó. Pero llegó la ocasión en que se puso de manifiesto que su corazón estaba lleno de maldad. Pedro le espetó con estas palabras:
¡Qué tu dinero perezca contigo, porque intentaste comprar el don de Dios con dinero! Por eso, arrepiéntete de tu maldad y ruega al Señor. Tal vez te perdone el haber tenido esa mala intención. Veo que vas camino a la amargura y a la esclavitud del pecado (Hechos 8.20-23).
Ni la confesión ni siete bautismos ocupan el lugar del arrepentimiento y de la fe. A veces nos equivocamos, y no hay condenación por ello. Pero en cuanto salga a luz nuestro error, nos corresponde hacer la corrección.

¿Porqué no sería legítimo primero bautizar a la gente, viendo su sinceridad, y luego oportunamente enseñarles acerca de su verdadero estado adulterino delante de Dios?
No veo, para nada, que eso fuera la práctica de Jesús o de los apóstoles. Ellos predicaron, y aun exhortando sobre la urgencia del arrepentimiento y la fe, no presentan ninguna insinuación que bautizaran sabiendo que el oyente vivía en franco pecado: no bautizaron ni adúlteros, ni idólatras, ni ladrones.
En el caso de la masa de gente que se bautizó en el  día de Pentecostés, debemos recordar que Pedro estaba frente a miles de personas temerosas de Dios -no eran paganos de los gentiles-, que conocían plenamente el ministerio y mensaje de Juan el bautista, como también el de Jesús. Además, estos miles experimentaron con sus ojos y corazón un super abundante derramamiento del Espíritu Santo, lo cual traía consigo una aguda convicción de muchos pecados. Además, terminado el discurso de Pedro, dice el texto:
Y con otras muchas palabras testificaba y  les exhortaba, diciendo: Sed salvos de esta perversa generación (Hechos 2.40).

¿Podemos imaginar, con toda esta luz y presencia de Dios, que no hubiera en ese día una gran explosión de arrepentimiento de parte de todos los que se bautizaban? ¡Se arrepintieron! Cambiaron de parecer acerca de Jesús y de su palabra. Dieron sus espaldas a toda perversidad.  Si había entre los candidatos algunos adúlteros, algunos viviendo con una persona que no era su legítimo cónyuge (y es más que probable que hubo), ellos, tomando la decisión de dejar de pecar más -aunque necesitasen de algún tiempo para ordenar todo aspecto de su situación- , con una confesión al estilo de Juan el Bautista, podrían bautizarse con limpia conciencia.

Durante los siglos venideros también los pecadores se han arrepentido de toda forma de inmundicia sexual y matrimonial, de falsedad, de idolatría. Tal vez solo en nuestra generación ha habido tanta liviandad referente al divorcio y al recasamiento. No ha habido enseñanza adecuada, y cuando la hubo, era en buena parte defectuosa. Tenemos vergüenza.

A esta altura, tengo que hacer dos preguntas referentes a la postura que estamos considerando: Él que recibe el bautismo mientras aún vive en una relación ilícita , ¿qué pensará al descubrir a dos semanas, o a dos meses, o a dos años, que su pastor lo bautizó sabiendo de su estado ilícito, sin que le dijera nada al respecto? ¿Qué esperará su pastor de él ahora? ¿Tendrá que apartarse de su adulterio? ¡Pero ya fue bautizado en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo!  ¿Hay mayor autoridad que esta? Todo esto representa un dilema para el recién bautizado.

V.  NUESTRO PRESBITERIO
Sencillamente, les agradezco por su respeto hacia mi persona, y por su reconocimiento de mi autoridad espiritual sobre esta zona y presbiterio. Ya saben, por lo que he expuesto, que con conciencia limpia no puedo apoyar una postura que considero falta de esencia moral y bíblica. Quiero tener compasión de todos los divorciados y recasados; por eso, con lágrimas estoy dispuesto a enseñarles el camino de Jesús.

También, respeto la carga y las convicciones de cualquiera de ustedes que no comparta mi entendimiento. Pido que por un tiempito ustedes consideren y conversen entre sí acerca de estas cuestiones, estudiando las observaciones que he hecho en este escrito. Si después hay varios de ustedes que siguen con inquietudes al respecto, sugeriré que se haga una especie de convocatoria con los hermanos mayores y con los colegas nuestros que forman el grupo de enlace. Dios nos guiará.

Keith Bentson

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