miércoles, 4 de diciembre de 2013

RELACIONADOS EN EL AMOR - Baker



INTRODUCCION.

Hace aproximadamente un año comencé a formar un grupo de discípulos en mi casa. Hice arreglos con mi hijo Alex para que llevara el grupo que él lideraba a otra casa, y así comencé. Quedaron unas doce hermanas que hace años están en casa, y dos varones.

Razones para formar el grupo:

Renovar mi contacto directo en ganar y formar discípulos. Notaba que mi ministerio iba poco a poco inspirándose en experiencias pasadas. Necesitaba volver al surco con todas las implicaciones.

Además, me di cuenta que la iglesia necesita modelos. Entendí que necesito ser
modelo, siempre, de todo lo que pretendo que otros sean, hagan y enseñen. Cuando
Jorge predicó sobre esto en un retiro hace unos tres años entendí que venía del Señor.
Me impactó. Es lo más fuerte, lo que más impacta. Es lo único que realmente hace
convincente nuestro ministerio. Digo con Jorge que necesitamos modelos de
matrimonios, padres, hijos, familias, trabajadores, ministerios y grupos de discipulado
en los hogares. (O iglesias en las casas).

Dios nos ha prosperado y ya hay un grupo de 10 varones y algunas mujeres más. La mayoría
apunta bien.

En noviembre pasado entendimos que había llegado el tiempo de relacionarlos para ir
formándolos como cuerpo. Ahora entendemos que ésta es una de las funciones más
importante del ministerio. Quizá la más importante.

Así que durante el mes de noviembre oramos y procuramos la guía y la sabiduría de Dios.
Iniciamos el primer viernes de noviembre con una vigilia y continuamos cada viernes orando
juntos y esperando alguna indicación o revelación del Señor.

Nada notable pasó hasta el último viernes. Allí sentimos que teníamos que concentrarnos en
la última frase que Pablo escribe al final de Efesios 4:16 “…recibe su crecimiento para ir
edificándose en amor.”

Lo había leído cientos de veces pero ahora, era como que el Espíritu Santo ponía su dedo
sobre el pasaje, especialmente las cinco últimas palabras: “PARA IR EDIFICANDOSÉ EN
AMOR” y nos señalaba un imperativo. Esto vino con fuerza, con mucha fuerza a mi espíritu.

Pero esto era solo la primer parte. La declaración que siguió vino más clara y terminante: ¡Si
no encarnan el amor de Cristo, no hagan coyunturas!

 Desarrollo su ministerio apostólico en distintos lugares de Argentina y países limítrofes, partiendo a la
presencia del Señor en el año 2005.

Aquí venimos al tema. Mi tema es el amor. Y porque no profetizarlo: VIENE UN TIEMPO
DE MAYOR PROFUNDIDAD DE LA HUMILDAD Y DEL AMOR DE CRISTO ENTRE
NOSOTROS.

Entonces, esto no lo puedo predicar o enseñar. Solamente lo comparto como una profunda
inquietud de Dios dentro de mí. Un ansia que con fe podemos vislumbrar.

1. EL AMOR DE DIOS

Dios siempre nos ha hablado del amor. Dios es amor. Su amor expresa la misma naturaleza
de su persona. El vuelca su amor abundantemente hacia nosotros y todo el mundo. El amor es
el vínculo perfecto que nos relaciona con él. Es también el vínculo indispensable que nos
relaciona los unos con los otros.

Cristo es el objeto del amor de Dios. En Cristo se centran todos los afectos del Padre. Y quien
está en Cristo también participa de todos ellos. Por lo tanto, el amor se constituye en la
indispensable prueba de nuestro discipulado. Y el amor nos hace estar en paz con Dios, con
nuestros hermanos y aun con nuestros enemigos. Es la señal identificatoria de todo genuino
discípulo.

Cuando Jesús nos enseñó a amarnos unos a otros, puso énfasis en que era “un nuevo
mandamiento” En el transcurso de los siglos se daba una nueva oportunidad de amar. Aquí
hay evidencia del cambio profundo que se produce entre Dios y el hombre a través de la
redención. “Un nuevo mandamiento” para una nueva relación entre el hombre y Dios por
causa de la redención. ¡Aleluya! Una dimensión nueva de la presencia viva de Dios en los
redimidos. La “supereminente grandeza” del poder de Dios por el Espíritu Santo llenando y
actuando en el hombre.

Pero es necesario que también prestemos atención a la otra observación de Jesús: Ámense
“como yo les he amado” No amor sentimiento… amor para sentirnos bien, sino amor como
Cristo amó. Amor de Cristo, enviado de Dios por el Espíritu Santo para que en el receptor se
cumpla la redención, comunión con Dios, santificación, edificación. El pleno desarrollo a la
imagen de Cristo.

El amor fue el signo que distinguía a la primera iglesia. “Mirad como se aman”, decía la
gente.” La multitud de los que habían creído eran de un solo corazón y una sola alma…”
¿Cuál era la clave de semejante unidad? El amor de Cristo. “Comían juntos con alegría y
sencillez de corazón”. “Ninguno decía ser suyo nada de lo que poseía.” ¿Por qué era esto?
Porque se amaban con el amor de Cristo.

En ésta iglesia el amor superaba todo: la elocuencia. El profesionalismo…que seguramente
no existía. Todo era sencillo, común. Pero había “eso” que no era común: se amaban.

Seguramente ese amor descendía del ministerio. Los padres que ministraban se amaban.
Amaban entrañablemente a Cristo, se amaban entre sí y proyectaban la gracia del amor sobre
todos los santos. Este es el orden natural. De no darse esto, es impracticable esperar tener una
iglesia que se ama. El amor de los unos para con los otros comienza con ese amor que Cristo
vuelca desde los que presiden.

2. TRES EXPRESIONES DEL AMOR DE CRISTO

Había tres aspectos definidos por donde operaba la gracia de Cristo. Y si queremos amar
como él, estos mismos canales tienen que operar en nuestras vidas.
A. COMO SALVADOR

Como Salvador, Jesús califica la razón misma de su venida al mundo: “El Hijo del hombre
vino para buscar y salvar lo que se había perdido” Este era su objetivo, su blanco, la razón
del todo de su venida al hombre.

Jesús es Salvador. ¿Quién puede medir el caudal del amor y gracia que fluye de la cruz? Su
amor no se mostró con palabras o promesas solamente sino que para salvar entregó su vida en
expiación. Este es el primer canal por donde fluye el amor de Cristo.

¿Cómo se aplica esto a nosotros? ¿Podemos nosotros fluir por ese mismo canal? A primera
vista diríamos que sólo Jesús puede hacerlo.
¿Quién puede asemejarse a él? Solo Jesús salva. Cuán cierto es esto. Pero pensemos: ¿Puede
Jesús salvar sin nosotros? ¿Nos hemos dado cuenta cabalmente, alguna vez, (porque el
pensamiento es profundo y escrutador) que SI LOS REDIMIDOS NO CUMPLEN SU
PARTE EN LA REDENCION, LA OBRA DE CRISTO QUEDARÍA TRUNCA? Esto es
para meditar. Si la Iglesia no cumple su parte, ¡Dios carecería del otro elemento
indispensable para efectuar la redención del hombre!

¿Quién determinó que fuera así? Dios. El hombre se va a salvar por la “locura de la
predicación” Y el plan de Dios es que SOLO LA IGLESIA sea heraldo de la salvación.
Dios puso las llaves del reino en las manos de un hombre, y nunca las retiró.

Los ángeles no predican. (Caso Cornelio) El Señor no predica (Caso Saulo) “Las piedras” no
predican… Pero van a clamar contra nosotros si no lo hacemos. Es algo bien conocido que la
gracia redentora es visible y eficaz en la medida que la Iglesia se levanta, se santifica y calza
sus pies con el “apresto del evangelio”

Como sacerdotes de Dios, sólo a nosotros se nos ha encomendado “proclamar las virtudes de
Aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable” Gracias a Dios por el Poderoso
Espíritu Santo que se mueve para despertar, acicatear y energizar al pueblo de Dios en la
tierra

Quizá ahora entendemos mejor el grito de Pablo: ¡Ay de mí si no predicare el evangelio! Es
profundo y elocuente oír a Pablo decir: “…cumplo en mi carne LO QUE FALTA de las
aflicciones de Cristo…” ¿Qué falta de las aflicciones de Cristo? Lo que tiene que poner la
iglesia: LA SOBREEDIFICACION. El fundamento está puesto, ahora falta predicar y
edificar sobre ese fundamento.

Pero hay otro aspecto del ministerio de salvación que nos toca ejercer:

SALVAR A LOS REDIMIDOS.

¿Qué significa esto? Socorrer, defender, cubrir a los santos. Este es el amor de Dios fluyendo
por nuestro canal salvífico:

- “Si tu hermano peca contra ti…” (Mt. 18) Salvamos al hermano y a la iglesia de una
situación pecaminosa.
- “Si alguno entre vosotros se ha extraviado de la verdad, y alguno le hace
volver…salvará de muerte un alma…” (Santiago 19:20)

B. COMO SIERVO

El segundo canal por donde fluyó la gracia del amor de Dios en Cristo fue en su carácter
de siervo. Fue el perfecto siervo. “El hijo de hombre no vino para ser servido sino para
servir…” La descripción que hace Pablo de Jesús en Filipenses 2:5-11 jamás perderá su
profundo y conmovedor impacto. La expresión está hecha con vocablos humanos
tratando de describir lo indescriptible, aquello que excede todo conocimiento. Poco
sabemos de todo lo que hay encerrado en la exclamación gozosa del Padre. “¡Este es mi
hijo amado en quien tengo contentamiento!” Sobre todas las cosas, en su encarnación,
Jesús fue SIERVO.

Comienza desde niño: “Entrando en el mundo dice: me preparaste cuerpo…He aquí que
vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad”. Un pesebre fue su cuna de nacimiento. Y su
primer prueba fue guardar silencio por 30 años, sin siquiera insinuar la divina potencia y
autoridad que moraban en él. Se sujetó en todo al Padre: “Nada hago de mí mismo. El
Padre que está en mí, él hace las obras.” Sirvió a sus discípulos, sirvió a hombres y fue
obediente hasta la muerte.

Este es, también, nuestro segundo canal por donde se debe expresar el amor de Dios.

Debemos servir a nuestra esposa, hijos, amos, vecinos, amigos, enemigos, a los hermanos
y a Dios. El amor es abstracto en sí, se manifiesta por las obras. Así Dice Santiago.
Siendo así, el amor sin servicio carece de sustancia.

Pero no debemos hacer cualquier servicio que se nos ocurra. El mundo estará encantado
si ve a los santos ocupados en “servicios generales” que no alteren el “status quo” del
mundo. Así como Jesús nada hizo que no viniera del Padre, así ni nosotros si no viene de
Dios. Para esto debemos ser hombres de una visión bien clara, y no salirnos de ella.

Entonces, cualquier servicio que hagamos debe coincidir con el plan y el propósito de
Dios. Para esto debemos aprender a invertir bien nuestro tiempo. Muchas cosas “buenas”
pueden ser obstáculos para cumplir lo específico que Dios nos ha encomendado.

C. COMO AMIGO

Se decía de Jesús que era “amigo de los pecadores” Siempre nos impactado el profundo
afecto que había entre Jesús y sus discípulos. Hay escenas muy tiernas en esa relación. Se
nota una intimidad de amor y cariño como cuando Juan estaba recostado sobre el pecho
de Jesús. No debemos tomarlo como un hecho aislado, más bien indica la ternura que
partía de un hecho: eran amigos.

“Mirad como se aman,” decía la gente de nuestros primeros hermanos. Es que eran
AMIGOS. Y esa amistad era la que cautivaba la gente. Podemos relacionarnos y
servirnos por cumplir un deber, porque se nos impone la obligación. No podemos decir
que esto está mal. Si cumplimos nuestro deber y atendemos debidamente las cosas que se
nos imponen, seremos aprobados.

Pero hay algo más que esto: servir por amor. ¡Ser amigos!

El ser amigos cala hondo, hace dulce y atrayente la relación. Crea vínculos más allá del
deber de cumplir lo que se nos impone. Podemos conocernos profundamente. Estar juntos
es un deleite, no una cita. No tenemos recelo en hablar lo íntimo.

Así es aún en el mundo, entre los hombres. Pero, ¿Cómo será en la iglesia donde tal
amistad se nutre en la corriente del amor de Cristo? Jesús dijo a sus discípulos: “Ya no os
llamaré siervos sino amigos, porque el siervo no sabe lo que hace su Señor, os llamaré
AMIGOS porque todas las cosas que vi de mi Padre os las he dado a conocer”

¿Ven? ¿Por qué amigos? “Porque todas las cosas que recibí de mi Padre os las he dado a
conocer”. Esto hace amigos y es a la vez la riqueza de esa relación de amor. ¡Oh, cómo
abrió Jesús su corazón a sus discípulos para volcar en ellos las “intimidades” del Padre,
de la casa celestial, de su plan y propósito! Cundía el candor, la alegría, la profunda
emoción. ¡ERAN AMIGOS!

Frecuentemente, cuando cesa el deber de estar y cumplir nuestra tarea… no hay más.
Como padres, podemos cumplir todas nuestras obligaciones de padre… ¡y no más! Como
esposo… como pastor… y no hay más.

No es posible ser amigos de todos, pero de algunos es indispensable que lo seamos:
esposa, hijos, colegas, y todos los más allegados a nosotros en la tarea el Reino.

CONCLUSION.

Creo haber entendido que el signo principal de toda relación es el amor de Cristo.
No quiero hacer coyunturas si el amor de Cristo no se manifiesta claramente entre
nosotros.

Quiero revisar mi relación con mi esposa. Ella es mi relación más íntima.

Debo revisar mi relación con mis colegas y los que trabajan para el Señor cerca
mío.

Creo que VIENE UN TIEMPO DE MAYOR PROFUNDIDAD EN LA
HUMILDAD Y EL AMOR DE CRISTO ENTRE NOSOTROS. ¡Amén!

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