viernes, 18 de octubre de 2013

LA IGLESIA: Una comunidad de discípulos Marcos Moraes



  La Iglesia no es una institución de caridad, es la Casa de Dios, una casa de discípulos. El Señor quiere lo mejor. ¿Y aquellos que vienen para comer migajas...? Pues que vengan. Recibimos a todos los que vienen, pero cuando se trata de hacer discípulos, nosotros seleccionamos como seleccionó Jesús.

   Hay un principio en esto: No soy yo el que hago la obra, sino el Espíritu Santo. Donde Él está trabajando, yo puedo trabajar. Cuando nos esforzamos por formar a una persona que no escucha, no obedece ni entiende lo que es la Palabra de Dios, estamos trabajando por nuestra propia cuenta. Este es alguien con quien el Espíritu Santo no está trabajando. De todas maneras, el Espíritu Santo es Dios de milagros, no importa que la persona esté muy mal. Cuando Él comienza a trabajar hace una obra maravillosa, porque escogió “las cosas débiles y las que no son...” (1 Cor. 1:27-29; 2 Tim. 2:20-21).
   
Los paquetes del diablo

Entre todas las artimañas del diablo, una de ellas es colocar en nuestras manos “paquetes”, personas que no están dispuestas a ser trabajadas. Y nos gastamos, porque pensamos: “¡Yo tengo que hacerlo! ¡El Señor está conmigo! ¡Ellos tienen que entender esto!”. Estamos dando y dando, pero nunca comprenden. Son “paquetes” de Satanás. No estamos diciendo que estas personas vienen de Satanás. Ocurre que hay una forma equivocada de encarar la construcción de la Iglesia. Atendemos a quien deberíamos dejar de lado, y abandonamos a quien deberíamos atender. Entonces, la verdadera Iglesia (este grupo de hombres y mujeres que están con su corazón dedicado) termina no siendo formada, orientada, ni se multiplica como debería. Queda intranquila, desordenada y se siente sola.

Nuestro problema es que salimos a predicar sin una conciencia clara del fruto que debemos buscar. Entonces nos metemos con estos “paquetes”, en lugar de seguir procurando los verdaderos frutos. Nos ocupamos de estas personas y nos gastamos para transformarlos en discípulos. Entonces estamos siempre buscando una nueva forma, una fórmula mágica, algún material, alguna cosa que finalmente les haga entender y crecer.
  
Pero cuando los discípulos, la fuerza de la Iglesia, junto con los líderes y los pastores, hacen la obra, procurando discípulos de su misma clase, forman la columna vertebral de toda la obra. Están siempre dispuestos, bien orientados, el corazón ardiendo con la presencia del Señor, ahí hay prosperidad y se multiplican discipuladores que saben que hacer con las personas. Cuando el líder habla con estos nuevos discipuladores, debe decirles: “ Tengan cuidado con los paquetes del diablo, no pierdan tiempo con aquellos que el Señor no está formando”. Y así debe ser de generación en generación de discípulos. Es claro que, luego surgen ondas que van al lado y que reciben la bendición de todo esto, pero esta parte principal está marchando.

El Señor nos dice que llevemos a la oveja cansada sobre los hombros, cuidemos a la quebrada, tengamos paciencia con todos, pero no invalida lo que fue dicho antes. Si el líder se dedica a estos, se acaba el grupo.

Estos errores provocan situaciones como estas: Había un discípulo que andaba muy bien, entonces ninguno se preocupaba por él. Había otro que estaba mal y todo el mundo tenía mucho cariño con él. El primero preguntó: “¿Cómo haces para que todos te miren tanto?”. La respuesta fue: “Vos tenés que andar mal,. Aquí, en este grupo, si vos andás mal, todo el mundo te presta atención”. No debe ser así. El noventa por ciento debe ser para aquellos que andan bien.

Establecer la diferencia es algo muy serio. Cuando se distinguen la personas, se define quién no está bien. Estos se van quedando y nadie pierde nada en ellos. No van a ningún retiro importante, no son parte del núcleo y no son llevados a visitar a nadie. Saben que son un problema. Si el líder se dedica a estos, nivelará para abajo. Los que están bien descenderán para quedar a la altura de éstos, y todo el grupo quedará deteriorado. Pero si el líder se dedica a tres o cuatro discípulos que están bien, éstos comenzarán a fructificar. Así, comienza a quedar claro que el verdadero trabajo del hogar es esto que está ocurriendo. Los otros tendrán que escoger: o entran en esta onda, o quedan al margen.

Ocupar bien el tiempo

Otra cosa más. No sólo los líderes tienen que vigilar para no dedicar todo su tiempo a los que tienen problemas, además tienen que evitar que aquellos que andan bien ocupen su tiempo con estos. ¡Cuidado! Si el líder insiste con una persona que no entiende, perderá toda la visión y el empuje del Espíritu Santo. Comenzará a decir: “ Mi evangelio no es oído, no es entendido, tengo que buscar otra cosa”. Es como si tuviéramos la obligación de hacer que alguien que no quiere entender, entienda ¡No! Si el Espíritu Santo no le hace entender, no tenemos por qué hacerlo. Cuando queremos encontrar una nueva manera de hacer las cosas, perdemos la visión de gloria que hay en este evangelio para transformar, para ganar a nuevos que van a seguir e ir al frente. Entonces, algunos se van desanimando. Después que el líder se desanima, se desaniman los discipuladores, y después todo el grupo. No sólo es una pérdida del tiempo del líder, sino que también es causa de desánimo.

Si el líder insiste en que la responsabilidad de enseñar es suya, ya no es más un cooperador, es responsable.. Este es el camino del diablo. Cuando decimos que estas personas son  “paquetes” del diablo, no estamos despreciando a ninguno. Pero entender esto ayudará a los discipuladores a entender mejor su función espiritual como cooperadores del Espíritu Santo: Que ellos no estén insistiendo en traer al que no quiere venir, que traigan a quien está deseoso, con el corazón tocado por Dios, y a los demás los dejen por ahí.

El radar de Dios

La palabra del evangelio es como un radar. El discípulo del Señor debe esperar el retorno que viene como resultado de la palabra que dio. Cuando el retorno es débil, casi nada, no debe procurar fabricar un retorno. No debe insistir para que la persona acepte. En los casos que insistimos con alguien que recibió con indiferencia la palabra, este puede acabar por aceptarla, pero con toda certeza se convertirá en un problema. Deje que esta persona se vaya ahora, este “pez no debe ser pescado”.

El Señor no nos mandó a buscar a cualquiera, sino a los sedientos. El radar es muy importante. Tenemos que descubrir, con la palabra del evangelio, donde están el sediento y el hambriento.

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