lunes, 30 de septiembre de 2013

EL FEMINISMO EN LA IGLESIA - Baker


Meditación de Ivan M. Baker, 29-10-2000


Hoy es el día 29 de Octubre del 2000, son ahora las 5:19. Me levanté muy temprano esta
mañana. Una carga sobre esta cuestión del feminismo y los engaños de Satanás. Satanás viene a nosotros como ángel de luz, es decir como enviado del Señor. Cuando él habla
simula que es Dios hablando. Cuando él habla engaña aparentando ser santo, como
alguien que desea guiarnos a obedecer a Dios. Pero cuando analizamos lo que él dice nos
damos cuenta de en realidad nos está trayendo una tergiversación de la Palabra divina.


Su trabajo empieza en los matrimonios desde el principio y su fin es cambiar los roles. Dios
ha puesto a la mujer como subordinada al marido y el diablo quiere ponerla superior al
marido. El desea que la mujer sea la “indispensable”, la que tiene la sabiduría, la que tiene
la inteligencia, a la que hay que escuchar primero; para en contrapartida hacer que el
hombre sea un tonto, que no sabe nada. Esta es la estrategia y engaño común de Satanás.

¿Si le escucho? -Pierdo yo, pierde la casa y pierde el matrimonio.
El Diablo quiere exaltar a la mujer como “la inteligente”, como la que tiene la última
palabra, y la que debe discutir hasta el fin. Conozco un marido que dice así: desde que me
casé jamás pude ganarle una discusión a mi esposa; siempre la última palabra la tuvo ella
porque ella sigue, y sigue, y sigue, y sigue; y si yo no callo ella continúa aportando razones
por las cuales tengo que escucharla a ella y no ella escucharme a mí.

Ahora, es evidente que esto no proviene de Dios; que estamos hablando de una seria
tergiversación de los roles. Pero ¿qué hace la mujer cuando en su mente ronda un
pensamiento de aparente sabiduría, que a su vez armoniza tanto con a su criterio, con su
inclinación natural de sentirse quien tiene la razón? Por ejemplo piensa “Cuídate de tu
marido porque él no tiene sabiduría, no sabe lo que hace. En este caso tú tienes que tomar
la delantera y revisar todas las cosas y seguir tu criterio, no el de él”.

Bueno, ahí hay una tergiversación absoluta de la verdad, de los roles que Dios ha
establecido, y la mujer no se da cuenta y no discierne bien. Si no es bien encaminada, si no
es bien iluminada, si no tiene la gracia del buen consejo, la mentira queda como criterio
permanente de ese hogar, como criterio permanente de ese matrimonio. Ella lleva la
delantera, ella es la que tiene la última palabra, ella es la que impone. Tiene veinte
argumentos para cada razonamiento del marido, y el marido no pelea hasta el fin,
buscando paz, entrega la disputa al ver la desobediencia y terquedad de la mujer.

¿Qué tiene que hacer? Traerla delante de los ancianos, delante de la Iglesia y tratarla
como corresponde. No lo hace, porque es muy penoso y considera que es más fácil
aceptar la situación que se impone, que pelear todos los días con la mujer y tener que
pasar el oprobio de un hogar infeliz. Así que el que siempre se calla es el hombre, el que
se subordina es el hombre y la mujer adquirió la última palabra. Sin darse cuenta, la que
manda en la casa es ella. Manda en la ropa, manda en los muebles, manda en el aseo, el
orden; lisa y llanamente es la “cabeza del hogar”. ¿Cuál es el resultado? -El diablo logró su
propósito y estableció en este matrimonio a la mujer como la más inteligente, la más
precavida, y al hombre como un tonto. El diablo se encarga de mostrarle a ella
fehacientemente que es así. Y esto es una tergiversación clara del Orden Divino pero se
tapa, se encubre de muchas maneras. El diablo es experto en confeccionar para la mujer
un vestido tan bien hecho, haciéndola lucir tan agradable. Y ella ni se da cuenta que está
vestida toda su vida con un vestido que no le corresponde, con una actitud engañosa, y
pierde montones de bendiciones y es desaprobada por Dios en un punto básico de su
comportamiento.

Los ángeles quieren verla subordinada. Dios creó al hombre a su imagen y a la mujer a la
imagen del hombre, para ser ayuda idónea de él. Nunca para señorear sobre el hombre.
Cada vez que la mujer señorea sobre el hombre, el diablo triunfa y se alegra, mientras
Dios pierde. Porque nos guste o no, y lleguemos a la conclusión que queramos, Dios puso
al hombre por cabeza y a la mujer la subordinó al varón. Y ese orden el diablo lo odia. El
diablo ha trabajado sistemáticamente con toda la astucia de su imperio, y con todo el
infierno de fuego de su imaginación y de su engaño para tergiversar ese orden. ¿Cuál es el
resultado? Durante toda la vida la mujer domina al hombre. Durante toda la vida la
palabra de la mujer es la más importante. Ella impone su voluntad aún a fuerza del
máximo rigor. Hasta llega a abandonar al hombre, a destruir el hogar. Sus
argumentaciones y discusiones son infinitas mañana, tarde y noche; el primer año, el
segundo, el tercero, el cuarto, el quinto. Y en el hogar se instala la desobediencia por ley; y
la familia sufre las penalidades de la presencia de Satanás gobernando, pero nadie atina a
saber cómo hacer.

Los pastores al final admiten el feminismo. Como no se quiere desgajar todo el hogar, se
acaba por aceptar la destrucción del orden de Dios para el matrimonio. Dios puso la Iglesia
para construir los matrimonios solo sobre la base de su voluntad, no sobre la base de la
ley del diablo. La iglesia no puede admitir la mentira de Satanás. La Iglesia debe desalojar
la mentira y establecer la verdad. Y Dios es victorioso, ¡más que victorioso! Y en vez de
tener unas pléyades de hombres cobardes, el Señor quisiera tener hombres con amor, con
verdad y con firmeza, estableciendo los principios de Dios en el matrimonio y por lo tanto
en la Iglesia.

Si en el matrimonio no se obtiene caridad y no se impone el orden de Dios, hemos
fracasado en un punto fundamental de su Reino. Pero para eso hace falta una Iglesia que
unánimemente comprende el problema; unánimemente decide seguir a Dios y no al
mundo y al diablo. Que cree en la victoria del Señor y no en la victoria del enemigo. Y cree
que Dios es veraz y todo hombre mentiroso, una Iglesia que descubre las maquinaciones y
mentiras del adversario.
Cuando el orden en la familia es el del diablo, la mujer es la fuerte y el hombre es el débil,
y resulta que esto lleva a una situación horriblemente lamentable, porque en realidad, 3
según la Palabra, la mujer es el vaso débil, y el hombre es el fuerte, y cuando a la mujer,
con el consentimiento voluntario del varón, se la deja asumir el máximo control del hogar,
ésta se extralimita, se condena a sí misma sistemáticamente, vive fuera de la gracia de
Dios. En ese punto es culpable de error, no ha escuchado a Dios y la mentira ha penetrado
“si yo no lo hago, él no lo sabe hacer”, “si yo no opino, él opina para cualquier lado”, “no
hay que escuchar al hombre, hay que contradecirlo porque en la contradicción está la
verdad”.

¡Oh!, ¡Argumentos como estos hay miles! Es una gran mentira alojada sistemáticamente
por un orden satánico conocido, exitoso, que funciona siempre. Hay que desentrañar la
mentira, hay que enderezar el orden de las cosas, enderezar lo torcido, calificar lo
equivocado, lo que se consideró equivocadamente. Hay que volver al principio de Dios,
hay que volver a la voluntad de Dios, a los roles como Dios los ha establecido y no como el
hombre los establece o como el diablo lo establece.

La Iglesia es el reino de Dios, el gobierno de Dios sobre la tierra. En el gobierno de Dios, Él
dice: “mujeres sujetaos a vuestros maridos como la Iglesia se sujeta a Cristo”. Y al varón
dice: “maridos amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia” y nunca es
suficiente el amor que el marido tiene para ella. Ella exige más, y más, y más, y avanza
hasta ocupar el lugar del hombre y se destruye a sí misma, y el hogar cae en este oprobio,
y muchos problemas que se suscitan. Infinitos, continuos, que surgen porque la verdad y
orden divino no ha sido establecido en el matrimonio.

Hay maridos que son dóciles como una oveja. Hacen todo lo que la mujer dice porque de
lo contrario la vida en el hogar es un infierno de discusiones y de insistencia. Una mujer es
capaz de argumentar toda la noche sin darse cuenta creyendo que hace bien, creyendo en
su prudencia, considerándose inclusive la salvadora del hogar, sin saber que enarboló la
bandera del diablo, y está comandada y gobernada por el espíritu de la mentira,
tergiversando flagrantemente una ley divina que ella lee en la Biblia sin entender.
Estas mujeres se creen salvadoras del varón, porque según ellas, sus maridos no tienen la
inteligencia necesaria. Ellas piensan que todos los demás maridos de la tierra tienen buen
criterio para su hogar, “pero el mío no” se dicen a sí mismas. Y esta es la gran mentira que
campea y se manifiesta en el 99,9% de los hogares.

Debemos admitir que el feminismo entró en la Iglesia. Se estableció, prosperó, se arraigó,
y hoy, ¿quién lo saca? Los pastores cierran el oído y guiñan el ojo frente a la situación.
“No te metas en este terreno porque no terminamos más”, dicen. Justamente Dios quiere
meterse en ese terreno antes de que vuelva, para mostrar que Él es triunfante, que el
triunfo es de Él y no del diablo. Que la última palabra es de Él, el Rey de Reyes y Señor de
Señores y no del diablo. Pero tiene que haber una acción colectiva, una acción desde el
púlpito poniendo en orden esto antes que venga el Señor.
Yo suelo hacer un chiste de un matrimonio que venía de la Luna de Miel: el hombre trae a
casa a su flamante esposa, salen juntos a sus caballerizas, elige un caballo, le da una
orden, y cuando el caballo no obedece, el nuevo esposo saca un revólver y mata al pobre
animal. El hombre usó el caballo como instrumento para poner a su mujer en el lugar que
le corresponde para toda la vida. Es un chiste burdo y rudo, que no existe en la realidad.
Pero en estos tiempos quien pone la pistola en el caballo y lo mata es ella, y la que da las
órdenes es ella.

Él hombre hoy puede que sea fuerte pero la mujer tiene argumentos y son muchos más
grandes que todas sus fuerzas. La fuerza de la mujer es la interminable discusión de todos
los días sobre los asuntos de la casa. La mujer opina en todo, añora y toma el primer lugar,
y el hombre, débil, se lo concede. ¿Resultado? Todo el hogar se funda sobre una base
falsa y los líos van a ser constantes, y los problemas van a ser múltiples, y la
extralimitación de la mujer puede llegar a agobiarla al punto que ella ya no sabe qué
hacer.

Y tenemos mujeres por todos lados que van al psiquiatra. Medicina: obedecer a Dios. Hay
hombres de una talla inmensa en la Iglesia, hombres de gran voluntad. Que aman a Dios,
que ponen a Dios primero en todas las cosas hasta que llegan a su casa, pero observamos
que en su casa manda la mujer. ¡Cuántas veces! ¡Cuántas veces! El diablo y la mujer se
unen para tergiversar fundamentalmente el orden de Dios. Hoy tenemos que levantarnos
como sacerdotes en la casa de Dios, como pastores de la grey y tenemos que echar fuera
este lobo y tenemos que establecer el orden que corresponde a los hogares.
En algunos casos tendremos que tratar con el marido, pero en la mayor parte de los casos
hay que tratar con la mujer, que se extralimitó sistemáticamente en casi todos los
matrimonios.

Observemos con cuidado, vayamos al comienzo de nuestro matrimonio y descubramos la
realidad, ¿Cuándo comenzó a hacerse firme en nosotros la idea que la mujer tenía la
última palabra? Verás el acento de la palabra de Dios viene fuertemente a nuestros
corazones: ha hecho al hombre a la imagen de Dios, a la mujer la hizo a la imagen del
hombre, como ayuda idónea, y no como señora jefa principal del hogar. Si la mujer no
abandona esa posición voluntariamente, el orden de Dios seguirá ausente en el hogar. Hay
una mentira diabólica alojada en su mente, una mentira que va a traer muchos males,
mucha desaprobación delante de Dios, porque en un punto principal, un fundamento y
pilar del hogar, ella ha destruido el principio de Dios. Ya sé, ella encontró veinte razones
para hacerlo; quizá treinta o cien, pero ha sido la obra del diablo y no de Dios. Ha sido la
mentira y no la verdad. Ha sido la desobediencia y no la obediencia. La verdad es que Dios
la hizo para gloria del hombre, para que sea ayuda idónea y no que sea la señora dueña de
casa, dueña de todo, y solo así ella encontrará el gozo y la realización verdadera que ha
perdido en su viaje a robar lo que no le ha correspondido.

La mujer tiene mucho más expansión en la comprensión de los detalles de las situaciones
del hogar que el hombre. Aparentemente es más inteligente pero es simplemente más
conocedora de detalles. La mujer no tiene la orientación. La brújula está en la mano del
hombre mientras que los detalles están en la mano de la mujer. La mujer no debe, por los
muchos detalles que conoce, mucho más que el marido, interpretar su lugar
equivocadamente. La autoridad la tiene el marido y la mujer debe traer su inteligencia
particular, su gran conocimiento de detalles y las minucias de las situaciones que el
hombre no absorbe, sin tomarlas como una inteligencia superior o una autoridad mayor.
Su rol es acercar un aporte mayor para que el hombre discierna, y sirva de ayuda en la
toma decisiones. Y cuando el hombre dice: “no te preocupes de eso porque es cosa mía”,
no hay que preocuparse. Y aunque parezca estúpido, raro y extraño, la palabra del varón
debe ser oída, debe ser recibida, y Dios bendice a la mujer que se subordina al varón
voluntariamente y le otorga la última consideración a él, para que él sea el jefe del hogar,
la cabeza del hogar.
Si el varón es cabeza del hogar, como Dios lo ha establecido, todo se simplifica
enormemente. Las cosas se cumplen en el orden de Dios, no en un orden carnal y
diabólico. Las cosas se ponen en orden según la voluntad de Dios y el hogar comienza a
fluir con más paz, más gracia y armonía. De lo contrario ella se cansa, no aguanta, está
extralimitada, tiene que ir al psiquiatra. Mucho de todo esto viene por haber gobernado la
casa. Logró lo que quería, logró el intento que quería su corazón pero se extralimitó. Pasó
la medida de sus posibilidades, gastó toda su energía detrás de una tontera, trabajó siete
veces más de lo que debiera trabajar. Todo por una mentira del diablo, por no guardar el
orden de Dios, que debe guardarse celosamente. Su orden es muy fácil de entender, y
debe aplicarse, a pesar de los “peros” que ponga la mente femenina, irreversiblemente,
soberanamente, porque es la Ley de Dios. El hombre fue creado a la imagen de Dios para
gobernar en su casa, para ser cabeza, es cabeza del hogar, y la mujer subordinada a la
cabeza, ayuda idónea creada para gloria del hombre.

Y esto que es contundente, no trae aparejado una esclavitud para la mujer sino que al
contrario, la emancipa de un cargo que no puede sostener. El orden divino la libera a la
mujer de buscar para sí una gloria engañosa. Digo gloria mentirosamente, porque más que
gloria es un oprobio, es una responsabilidad que no puede soportar, es una
responsabilidad que la destruye. Pero a pesar de esto ser hallado cierto y probado ella va
adelante con su pecado y con su desobediencia.
Hablemos con los psiquiatras y veremos que la mayor parte de los pacientes son mujeres.
Yo no digo que esto sea la razón de todo lo que sucede en la psiquis de la mujer pero es
uno de los principales pecados que arrastran miserias y que traen oprobio y
desaprobación de Dios.
El feminismo es diabólico, la mujer fue hecha para estar subordinada voluntariamente al
varón y no el varón a la mujer. Se pierde la naturaleza, el orden divino, se pierde la paz, se
pierde la bendición. Mi sospecha es que antes de que venga el Señor, Dios va a ordenar
esto.

El más alto honor de la mujer es criar hijos, como dice la Palabra. Cuidar su casa, hacer de
su casa el reino de Dios, subordinarse con gozo a su marido, subordinar los hijos todos al
marido, contribuir en la difícil tarea del marido, dar lugar a que el marido asuma su
responsabilidad plena delante de Dios. Hoy asistimos lamentablemente a una pobre,
pobrísima generación de varones.
Debemos temblar ante la palabra de Dios, debemos desear profundamente que su
nombre sea vindicado, que su Palabra sea oída, que sus principios sean rectores en la
Iglesia, que recuperemos todo principio divino, toda Ley de Dios, y nos va a ir bien, y va
haber descanso, y cada uno estará en su lugar, atenderá el aspecto de su vida en la parte
que le corresponde, será atendida dignamente y el Señor será honrado. El varón vestirá
honrosamente sus vestidos de varón y será la cabeza del hogar, como corresponde y la
mujer ocupará su lugar, y tendrá paz, y no se desorbitará ni se pondrá ropa que no pueda
vestir, ni autoridad que no pueda cumplir. Encajará en el rol exacto para el cual fue
creada, y esto traerá paz, contentamiento, la paz vendrá como aprobación de Dios. El
contentamiento realizará a la mujer en su verdadero rol.

Bienaventuradas las mujeres, que no se inclinaron ante feminismo sino que aceptaron su
rol como el más honroso, como el más digno, como el más hermoso, apetecible en gran
manera. El rol tan enorme, de tanta importancia de criar hijos. Hoy los hijos han sido
abandonados ante la avalancha del feminismo, que se niega, que insiste en ser profesional
en cualquier cosa menos ama de casa. El diablo ha pintado el rol divino de la mujer como
un rol detestable, bajo, de mínima importancia “¿Quién es este tipo que se cree mayor
que yo?”
¡No es así, no debe ser así! Cuando Dios repartió los ministerios lo hizo con honra para
cada parte y si una mujer no ve la importancia que tiene la honra de ser la madre de hijos,
de ser la cuidadora de la vida moral, espiritual y física de los hijos, si no ve eso como
importante y se ve más importante como gerente, como profesional, es porque no tiene a
Dios en la mente y en los ojos, es porque ha olvidado los principios divinos, es porque se
ha entregado a la mentira del diablo el cual miente siempre y nunca dijo la verdad.
No amontonemos más culpas y no desobedezcamos más a Dios, no nos expongamos más
a los ataques y astucias y mentiras del adversario. Ya demasiado se ha probado el
resultado funesto de esta liberación femenina. Antes de la venida del Señor, la virgen se
viste de sus vestidos blancos. Eso es imposible ante una tergiversación de roles como hay
hoy. Antes de que Cristo vuelva, el hombre y la mujer deberán volver a sus roles
establecidos por Dios. No habrá vestidos blancos sin rectitud en obedecer la palabra de
Dios en cuanto al matrimonio.

Los hijos volverán a ser beneficiados. Algunas mandan continuamente a sus hijos para que
los eduquen otros porque no quieren tener la responsabilidad de educarlos ellas; ven esto
también como una esclavitud, como una función baja e inferior; han sido engañadas,
totalmente engañadas. Jamás Dios se ha equivocado, jamás Dios ha exagerado, y nunca ha
de entenderse como una postura jerárquica la del varón sobre la mujer siendo él cabeza
de la mujer. Nunca, digo de nuevo, debe considerarse como una jerarquía, como una
imposición, como un rango más alto, porque bien dice Pablo: “pues si la mujer no se cubre
que se corte también el cabello, si le es vergonzoso a la mujer cortarse el cabello o raparse,
que se cubra, porque el varón no debe cubrirse la cabeza pues es imagen y gloria de Dios,
pero la mujer es gloria del varón. Porque el varón no procede de la mujer sino la mujer del
varón. Tampoco el varón fue creado por causa de la mujer sino la mujer por causa del
varón. Por lo cual la mujer debe tener señal de autoridad sobre su cabeza por causa de los
ángeles, pero en el Señor, dice Pablo y agrega: ni el varón es sin la mujer ni la mujer sin el
varón, porque así como la mujer procede del varón también el varón nace de la mujer,
pero todo procede de Dios”.

Esta última parte la dice Pablo para que no haya conflicto. Nos aclara de esta forma que
no está hablando de jerarquías sino de funciones. Si la función del hombre entraña una
autoridad mayor, eso debe aceptarse sin que esto implique un desprecio para la mujer. La
hizo para eso. La formó para eso. La mujer fue creada para tener hijos y para cuidar los
hijos. La mentira del diablo le dice lo contrario. Este rol de la mujer es absolutamente
fundamental para la Humanidad, para la Iglesia. Si tenemos una confusión en cuanto a
esto, hemos confundido un punto esencial de la sociedad, un punto fundamental del
hogar, un punto fundamental en la crianza y el desarrollo del hombre en la tierra.

A la mujer se le ha dado el lugar honroso de tener hijos y de criarlos, y su gloria es criar
hijos que sigan a Dios. Y los que aprendan de una madre sumisa, que aprendan de una
madre obediente, que aprendan de una madre ejemplo. Caso contrario, ¿qué le enseña la
mujer al niño? -La rebelión nace de ahí mismo. La insubordinación a los padres nace
muchas veces, las más de las veces, de la insubordinación de la mujer hacia el marido o
del conflicto que hay entre la mujer y el marido, los problemas que hay entre el marido y
la mujer, las discusiones que hay entre el marido y la mujer. De la insubordinación de la
mujer hacia el marido nace la mayor parte de los problemas, y tenemos una niñez
debilitada, abandonada. Y la Iglesia, ¿ha de padecer los mismos males que en el mundo?
¿Ha de ser desobediente el mundo y también la Iglesia? En la Iglesia, ¿ha de prevalecer la
palabra de Satanás antes que la palabra de Dios?

La Iglesia, ¿ganará la pulseada con Satanás para que el Señor al fin pueda vindicar su
Nombre, glorificar su Plan, ser obedecido en esta crucial e importantísima y principal tarea
y condición del hombre y de la mujer, el hogar y la familia? Cuando la mujer acate la
condición que divinamente se le ha entregado, recién podrá disfrutar esta frase de Pablo:
“En el Señor el varón no es sin la mujer y la mujer no es sin el varón, porque así como la
mujer procede del varón también el varón nace de la mujer, pero todo procede de Dios”.

“Todo procede de Dios”. Que Dios nos de fuerza y convicción para primero salvar el
ministerio de toda liviandad, tergiversación, engaño y debilidad y nos haga ponernos de
pié en esta hora con la paciencia y la gracia de Dios del Señor y volver a establecer los
cimientos de nuestros hogares.

Pongamos las cosas en su lugar: Primero está Dios, en segundo lugar su Iglesia, su Palabra,
sus mandamientos, el orden de Dios; y en tercer lugar la familia, el hogar. Si tomamos
seriamente a la iglesia en su rol de establecer, cumplir, promover la voluntad de Dios
sobre la única base de la Palabra, valientemente corrigiendo todos los errores y
enderezando todo lo que está torcido, veremos que el Reino de Dios bendice nuestros
hogares. El reino de Dios en su plenitud producirá una Iglesia de plenitud y hogares
plenos, ordenados, sumisos y trazados según la Ley de Dios, según los principios divinos y
recién así podremos decir que hemos peleado la batalla, que hemos guardado la fe. Que
sea así, para gloria de Dios. Amén.

El Hecho de Cristo 10) Jesucristo volverá




  Y estando ellos con los ojos puestos en el cielo, entre tanto que él se iba, he aquí se pusieron junto a ellos dos varones con vestiduras blancas, los cuales también les dijeron: Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo.
                                                                                                                             (Hechos 1:10-11)

  Y el Espíritu y la Esposa dicen: Ven… El que da testimonio de estas cosas dice: Ciertamente vengo en breve. Amén; sí, ven, Señor Jesús. 
                                                                                                            (Apocalipsis 22:17,20)


1- La victoria final de Cristo Jesús                
 
  Entonces vi el cielo abierto; y he aquí un caballo blanco, y el que lo montaba se llamaba Fiel y Verdadero, y con justicia juzga y pelea...  Estaba vestido de una ropa teñida en sangre; y su nombre es: EL VERBO DE DIOS. Y los ejércitos celestiales, vestidos de lino finísimo, blanco y limpio, le seguían en caballos blancos.  De su boca sale una espada aguda, para herir con ella a las naciones, y él las regirá con vara de hierro; y él pisa el lagar del vino del furor y de la ira del Dios Todopoderoso. Y en su vestidura y en su muslo tiene escrito este nombre: REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES. 
                                                                                                                    (Apocalipsis 19:11-16)

    En medio de las dificultades de nuestra vida, en medio del dolor y del sufrimiento de este mundo, en medio de la injusticia y de la miseria, el Espíritu Santo nos dice: “No tengan miedo... ¡Jesucristo viene pronto!” Y viene para reinar con poder, con toda autoridad. Ese día, como dice Pablo en Filipenses 2, toda rodilla se doblará y toda lengua confesará que Jesucristo es el Señor, el Rey de todo el universo. ¿Puedes imaginar esa escena? Los reyes, los presidentes, los ateos y agnósticos, los futbolistas, los artistas, los millonarios, los que se burlaron de tu fe, todos! de rodillas ante nuestro amado Jesucristo. Ciertamente, para ellos será un día de lamentación y de desesperación. Pero, para nosotros  el día que hemos esperado toda nuestra vida: El de verle cara a cara. ¿Quiénes formarán ese ejército celestial que describe Juan?  Los ángeles sin duda, y tal vez nosotros también... Aquí vuelve a usar una expresión tan suya, “el Verbo de Dios”, para despejar toda duda: El Rey de reyes, el Señor de señores, es el Verbo que era Dios, y que se había hecho un niño en Belén. ¡Oh, qué inmensa alegría nos espera! Si puedes amar a Jesús, a quien todavía no has visto, cuánto se gozará tu corazón en aquel día. El Espíritu Santo tiene el mismo clamor que la Iglesia: “Ven, Señor Jesús” Y Jesucristo nos responde: “Ciertamente, vengo pronto”.




El Verbo que nació en Belén será el vencedor final.
Él es el Rey de Reyes y Señor de señores.




2- Nuestra unión definitiva con Jesucristo  
       
   Por lo cual os decimos esto en palabra del Señor: que nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor, no precederemos a los que durmieron.  Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor.
                                                                                                            (1 Tesalonicenses 4:15-17)

    Pablo  dice: “nosotros, que vivimos, que hayamos quedado...” entendiendo que la venida del Señor sería en su generación. Aunque no fue así, ¡qué hermosa expectativa  tenía el apóstol! Es la que la Iglesia debe tener siempre: ¡El Señor viene!  En ese día seremos testigos de hechos inimaginables e inexplicables para los que no creen. Nuestros amados que murieron en Cristo saldrán de sus tumbas con cuerpos glorificados, al escuchar la voz de autoridad del Señor y el toque de trompeta. Después, junto a estos resucitados, en un abrir y cerrar de ojos, seremos transformados también, y levantados para recibir a Jesús en el aire. Y ya nunca más nos separaremos de Él. Allí nos encontraremos con Pablo, con Esteban, con todos los que entregaron su vida por causa de Cristo. Nos abrazaremos con los que nos precedieron en la fe, como Juan Huss,  Lutero y  Wesley. También con los misioneros que trajeron el evangelio a nuestro país, como Allen Gardiner, quien murió de hambre en la Patagonia. Nos gozaremos al ver a nuestros padres en la fe, como Iván Baker y Keith Bentson, y a tantos otros que fueron fieles al Señor ¡Puedes hacer tu propia lista! Y alegrarte en adoración al imaginar este encuentro glorioso y eterno. “Por tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras.”



3- Las bodas del Cordero 
                  
  Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria; porque han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado. Y a ella se le ha concedido que se vista de lino fino, limpio y resplandeciente; porque el lino fino es las acciones justas de los santos. Y el ángel me dijo: Escribe: Bienaventurados los que son llamados a la cena de las bodas del Cordero.
                     (Apocalipsis 19:7-9)  

  Y os digo que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid, hasta aquel día en que lo beba nuevo con vosotros en el reino de mi Padre.
                                                                                         (Mateo 26:29)
               
    ¡Esta historia de amor entre Jesús y su Iglesia termina en casamiento! De todos los vínculos humanos, el matrimonio es el de mayor intimidad e intensidad. Por eso el Espíritu  usa esta imagen tan vívida, para hacernos ver el inmenso amor que tiene Cristo por su Iglesia, y el deseo de vivir para siempre con ella. Si bien no tenemos muchos detalles de esta boda celestial, sabemos que allí estará el Señor Jesús con toda su gloria y hermosura, y allí estará también su Iglesia, la que Él habrá preparado para sí como una novia pura, sin mancha ni arruga. Una Iglesia santa y ferviente en amor por su Señor. ¡Allí estaremos tú y yo!




La historia de amor entre Jesús y la Iglesia
termina en casamiento.



 4-La plenitud del Reino de Dios

  Acontecerá en lo postrero de los tiempos, que será confirmado el monte de la casa de Jehová como cabeza de los montes, y será exaltado sobre los collados, y correrán a él todas las naciones.  Y vendrán muchos pueblos, y dirán: Venid, y subamos al monte de Jehová, a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará sus caminos, y caminaremos por sus sendas. Porque de Sion saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra de Jehová. Y juzgará entre las naciones, y reprenderá a muchos pueblos; y volverán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra.
                                  (Isaìas 2:2-4)

  Luego el fin, cuando entregue el reino al Dios y Padre, cuando haya suprimido todo dominio, toda autoridad y potencia.  Porque preciso es que él reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies.
                                                                                     (1 Corintios 15:24-25)     


     El Reino de Dios está entre nosotros. Está en cada corazón que se rinde al Señor,  y en los que  han sido libres del yugo del diablo por el poder de Dios.  Está en el seno de la Iglesia que se sujeta en todo al Señor Jesucristo, así como el cuerpo es dirigido plenamente por la voluntad, las emociones y los proyectos de la Cabeza.

    Pero, con el regreso del Señor Jesús, el Reino de Dios entrará en su plenitud. Algunos salmos, el profeta Isaías, el apóstol Pablo y el Apocalipsis, nos describen claramente un tiempo futuro en el cual Jesucristo reinará aquí, sobre la Tierra. Algunos estudiosos de las Escrituras  llaman a este período  “el reinado justo y universal del Mesías”. Será el tiempo en que Jesús regirá las naciones con vara de hierro (Sal. 2:8-12; Isaías 11:4; Zac.14:12; Apoc. 19:15). En ese tiempo, los hombres volverán sus armas en instrumentos de labranza y no habrá más guerra sobre la tierra (Isaías 2:2-4).  Habitarán juntos el lobo y el cordero, el leopardo se acostará con el cabrito, un niño pastoreará al león, que se convertirá en herbívoro y ¡los pequeños jugarán rodeados de serpientes!¡Toda la tierra será llena del conocimiento de la gloria de Dios como las aguas cubren el mar! (Isaías 11:5-10)  

      Pero hay algo más asombroso todavía: Jesús, el Rey de reyes, no reinará solo. ¡Sus santos reinarán junto a Él! (Apocalipsis 1:6; 5:10; 20:4). “Al que venciere y guardare mis obras hasta el fin, yo le daré autoridad sobre las naciones, y las regirá con vara de hierro, y serán quebradas como vaso de alfarero; como yo también la he recibido de mi Padre” (Apocalipsis 2:26-27) ¡Qué futuro glorioso les espera a los que permanezcan fieles hasta el fin!




En la consumación del Reino
¡Jesucristo reinará sobre la tierra!

domingo, 29 de septiembre de 2013

El Hecho de Cristo: 9) Vive en nosotros.


 Le dijo Judas (no el Iscariote): Señor, ¿cómo es que te manifestarás a nosotros, y no al mundo? Respondió Jesús y le dijo: El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él. (Juan 14:22-23)

 Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí.  (Gálatas 2:20)


1- Cristo en nosotros: la vida en el Espíritu

  Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir.  El me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber.
            (Juan 16:13-14)

  Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.
                                                                                           (Romanos 8:1)

   Jesucristo, horas antes de entregar su vida en la cruz, les promete a sus discípulos algo maravilloso: “Vendremos con mi Padre, y haremos morada con él”. ¿Cuándo se cumplió esto? Cuando vino el Espíritu Santo a llenar sus corazones, en Pentecostés. Es lo que ya había prometido al decir: “De su interior correrán ríos de agua viva”. ¡Qué elocuente imagen usó en esa oportunidad! Es lo que realmente se experimenta al recibir la plenitud del Espíritu: ríos de  vida que fluyen y corren de nuestro ser. El Espíritu viene a llenarnos para que andemos siempre en Él, y no en nuestra carne. Algunos piensan: “Si ya recibí el Espíritu, ¿por qué no vivo así? Porque la vida del Espíritu es una vida continua de plenitud, y se alimenta  de oración, de mirar a Jesús, de buscar su Presencia. “Sed llenos del Espíritu”, es un mandato que se expresa en presente continuo. Es algo que debemos buscar cada día.



2- Vive en nosotros: el deseo de santidad

    Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él. 
                                                                                                                                    (Rom. 8:9)

   ¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios.
               (1 Corintios 6:19-20)

   Pablo nos dice que el que no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él. Pero antes explica que no vivimos de acuerdo a la carne, o sea, según nuestra naturaleza pecadora, sino según el Espíritu, si habita en nosotros. Es este Espíritu, llamado “Santo”, el que nos lleva a la santidad, el que nos hace aborrecer el pecado,  el mundo y toda obra de nuestra carne y de las tinieblas. ¡Qué maravilloso es saber que fuimos comprados por un alto precio! ¡Y que nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo! Esta verdad nos anima y nos da fe para apartarnos de toda contaminación, y consagrarnos cada día a vivir sólo para Él.




La vida en el Espíritu
destruye las obras de la carne.




3- Cristo en nosotros: continuadores de su misión               

   Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra.           
                                                                                                                                    (Hechos 1:8)

   El Señor resucitado nos dice que somos sus testigos. Testigos de su vida, de su muerte y resurrección, de todo lo que ha hecho en nuestras vidas. Un testigo cuenta lo que vio. Y aunque nunca nuestros ojos físicos hayan visto a Jesús, sus hechos en nuestra vida nos hacen incuestionables testigos de su amor y poder. Jesucristo nos equipó con su Espíritu para ser continuadores de su misión. Él vino para buscar y salvar lo que estaba perdido. Y para formar discípulos de Cristo a su misma imagen. ¡Y esta es hoy nuestra misión! ¡Seamos fieles a este llamado!



Recibimos el Espíritu Santo
para ser continuadores de su misión.



sábado, 28 de septiembre de 2013

El Hecho de Cristo 8) Fue exaltado


  El que descendió, es el mismo que también subió por encima de todos los cielos para llenarlo todo. (Efesios 4:10)
 
Así que, exaltado por la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís. Porque David no subió a los cielos; pero él mismo dice: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies. Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo. (Hechos 2:33-36)

 Pero Esteban, lleno del Espíritu Santo, puestos los ojos en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús que estaba a la diestra de Dios, y dijo: He aquí, veo los cielos abiertos, y al Hijo del Hombre que está a la diestra de Dios. (Hechos 7:55-56)


1- Jesucristo es el Señor

  Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre. (Filip. 2:9-11)

     Al llegar al final de este pasaje de Filipenses, nuestro corazón se llena de fe y de valor. Vemos lo que ocurrió en los cielos cuando el Padre y los ángeles recibieron a Jesús, luego de que acabara su obra de redención aquí en la Tierra: El Padre lo exalta al grado máximo, le entrega toda autoridad sobre todo lo creado, le da un nombre sobre todo nombre. ¡No hay nadie por encima de Jesucristo! Él se había humillado a sí mismo hasta lo sumo, por eso el Padre lo exaltó hasta el lugar supremo. Pero este no es el final. Un día, y tal vez sea más pronto de lo que pensamos, los vivos, los muertos, los demonios, ¡todos! se arrodillarán y reconocerán a Jesucristo como el Señor. ¡Aleluya! Por su gracia y por su misericordia nosotros podemos hacerlo ahora: arrodillarnos cada día, exaltarlo como Señor y Rey en nuestras vidas, familias, posesiones, y adorarlo con temor y reverencia ¡Él es digno!

Él se había humillado a sí mismo.
Por eso el Padre lo exaltó hasta lo sumo y lo hizo Señor.


 2- Jesucristo es la cabeza de la Iglesia

  Sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor. (Ef. 4:15-16)


   Una de las maravillosas consecuencias de la exaltación de Jesucristo es que el Padre lo designó como cabeza de la Iglesia. Este es su derecho, ya que Él la compró por su propia sangre. Pero, además, la sustenta y la cuida, para presentársela a sí mismo como una esposa sin mancha. Es importante  tomar conciencia de la íntima y estrecha relación que nos une a nuestro Amado Jesús, y a los miembros del cuerpo entre sí ¡Qué perfecta unidad nos ha dado Jesucristo al incluirnos en su Cuerpo!  En la práctica, es imposible separar el cuerpo de la cabeza. Esto es lo que Pablo está tratando de explicarnos. Dios quiere que todo lo que sea y haga la Iglesia provenga de Cristo, la Cabeza. Todas las decisiones, objetivos y estrategias de acción, el amor por los perdidos, el gozo por un pecador que se arrepiente, la santidad, todo lo que la Iglesia desee o necesite, debe provenir de su unión con Cristo.


Todo lo que la Iglesia desee o necesite,
debe provenir de su unión con Cristo.



3- Jesucristo: nuestro abogado
                     
  Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo. (1 Juan 2:1)


  El apóstol Juan nos dice algo glorioso: Si alguno tuviese pecado, tenemos abogado delante del Juez Eterno ¡Y nuestro defensor es justo! Para tratar de entender esto a partir de nuestras limitaciones humanas, sólo supongamos esta situación: Cometemos un pecado, tal vez algo que no  parece tan grave: por ejemplo, le contestamos mal a alguien. Y seguramente, tarde o temprano, lo reconocemos y nos arrepentimos. Pero, ¿qué ocurre en los cielos? Aunque el pecado no sea terrible, es a los ojos del  Dios santo y perfecto, una gran falta. Su ira se enciende. Pero a su diestra, exaltado, está el Hijo. Él le dice: “Padre, yo pagué por este pecado. En la cruz, con mi sangre, yo expié el pecado de mi amado hermano”. Y la intercesión del Justo por nosotros es aceptada. ¡Aleluya!



Tenemos abogado delante del Juez Eterno
¡Y nuestro defensor es justo!