lunes, 18 de febrero de 2013

La clave del exito... E.M.Bounds


LA CLAVE DEL ÉXITO
DEL VERDADERO PREDICADOR

Permítasenos mirar a menudo a Brainerd en los bosques de América, vertiendo toda su alma delante de Dios por los paganos perdidos, sin cuya salvación nada podría hacerle feliz. Oración secreta, ferviente, oración creyente, ésta es la raíz de toda piedad personal.
Un conocimiento competente del idioma donde un misionero vive, un temperamento suave
y persuasivo, un corazón que se da a Dios en comunión secreta, estos son los meritos que,
más que todo conocimiento, o todo otro don, nos prepararán para llegar a ser los
instrumentos de Dios en la gran obra de la redención humana.
                                                                                        Hermandad De Carey, Serampore


Hay dos tendencias extremas en el ministerio: una es encerrarse en sí mismo, fuera de
toda comunicación con el pueblo, tal como lo hicieron los monjes y los ermitaños de
antaño, los cuales se encerraron alejándose de los hombres para estar más cerca de Dios
(creían ellos). Pero, naturalmente, fracasaron. Porque nuestra comunión con Dios es de
utilidad cuando podemos emplear sus inapreciables beneficios en bien de los demás.
Nosotros, también, muchas veces nos encerramos en nuestro estudio, junto a la polilla
de los libros, incluso de la biblia, y nos convertimos en “hacedores de sermones”; notables
en literaturas y en pensamientos y, sin embargo, descuidando lo más importante: nuestra
comunión con Dios por medio de la oración, inclusive, la oración intercesora por nuestro
prójimo y vecino.

Los predicadores que son grandes pensadores y grandes estudiantes debieran, sobre
todo, ser los mas grandes hombres de oración, o si no serán los mas grandes apóstatas,
profesionales sin corazón, racionalistas, menor que el último de todos los predicadores en la
estima de Dios.

La otra tendencia es la de popularizar enteramente el ministerio. Esto esta muy bien,
pues nos ayuda a conectar con nuestros hermanos y a no vivir aislados; pero existe el
peligro de dejar de ser hombres de oración, absorbido por el mecanismo de las actividades
de la iglesia. El desastre y la ruina semejante no puede computarse por la
aritmética terrenal: según lo que el predicador es en oración delante de Dios, por si mismo,
por su pueblo, así es su poder por el bien real de los hombres, su verdadera fructificación,
su verdadera fidelidad hacia Dios y hacia el prójimo. Y es que es imposible, para el
predicador, guardar su espíritu en armonía con la naturaleza divina de su llamamiento sin
mucha oración.
Además, eso de que el predicador, por la fuerza del deber y fidelidad laboriosa hacia
la obra y la rutina del ministerio, pueden conservarse en buen estado de idoneidad es un
serio error. Aun el hacer sermones incesantes como un arte, o como un deber o como un
placer, endurecerá e indispondrá el corazón, por negligencia en la oración. Igual que el
positivista pierde a Dios en su observación empírica de la naturaleza, el predicador pierde a
Dios en su sermón.

Únicamente la oración puede refrescar el corazón del predicador, guardándolo en
armonía con Dios y en simpatía con el pueblo; levantando su ministerio fuera del frio aire
de una profesión y fructificándolo y haciéndolo rodar con la facilidad y el poder de una
unción divina.

Spurgeon dijo:
“enteramente, el predicador es, sobre todos los demás, distinguido como un
hombre de oración. El ora no como un cristiano ordinario: él ora más que un cristiano
ordinario; de otro modo seria descalificado para el oficio que ha emprendido. Si vosotros,
como ministros, no sois llenos de oración, debéis ser compadecidos. Si llegáis a ser flojos
en la devoción sagrada, no solo vosotros necesitaréis compasión, sino también vuestra
congregación. Y el día viene en el cual seréis avergonzados y confundidos. Todas nuestras
bibliotecas y estudios son mera vacuidad comparadas con nuestras cámaras secretas de
oración. Nuestros tiempos de ayuno y oración en el Tabernáculo han sido, verdaderamente,
días grandes. Nunca, las puertas del Cielo habían sido mantenidas más abiertas; nuestro
corazón, nunca se ha sentido más cerca de la Gloria Celestial”.

El ministerio de la plena oración no es como la levadura al pan, para ser un sabor
agradable, sino que la oración debe ser el cuerpo, formar la sangre y los huesos de nuestro
ser. No es un deber pequeño, puesto en un rincón; ni una ejecución fragmentaria hecha de
los fragmentos de tiempo que han sido arrebatados de los negocios y otros empeños de la
vida… sino que significa que lo mejor de nuestro tiempo y fuerza deben de ser dados a
Dios por medio de la oración fervorosa. No quiere decir que la comunión secreta quede
absorbida en el estudio o abismada en las actividades de los ministerios ministeriales; sino
que la comunión secreta primero, el estudio y actividades después, ambos deben de ser
refrescados y hechos eficientes por la comunión secreta.

La comunión no es el pequeño atavío prendido sobre nosotros, mientras estuvimos
atados a las faldas de nuestra madre; ni una acción de gracias de un cuarto de minuto hecha
sobre una comida de una hora: emplea mas tiempo y apetito que nuestras más grandes
comilonas o más ricas fiestas.

Debe penetrar tan fuertemente en le corazón y vida como penetro en “las lagrimas y
clamor” de Cristo (He. 5:7); debe desarrollar el alma en un agonía de deseo como lo hizo
Pablo y ser un fuego como la oración ferviente y efectiva de Santiago; aquella cualidad que,
cuando la ponemos en el incensario de oro delante de Dios, obra poderosas y revoluciones

espirituales.
Por tanto, que hace mucho en nuestra predicación debe de darse mucha importancia.

Pues el carácter de nuestra oración determinara el carácter de nuestra predicación. Esto es,
oración ligera hará predicación ligera, mientras que una oración fuerte hará fuerte la
predicación.

El predicador debe de ser preeminentemente un hombre de oración; su corazón tiene
que guardarse en la escuela de oración. En todo ministerio importante para bien, la oración
ha sido siempre una ocupación seria.

 Ninguna erudición puede suplir la falta de oración.

Ningún celo, ni diligencia, ni estudio, ni dones, suplirán su necesidad…

Hablar a los hombres acerca de Dios es una gran cosa, pero hablar a Dios acerca de
los hombres es aun más grande. Nunca hablara bien y con éxito verdadero a los hombres
sobre Dios quien no haya aprendido bien a hablar a Dios acerca de los hombres.


Tomado del Libro el predicador y la oración. E. M. Bounds

Link para conseguir el libro: http://www.fuentedegracia.org/recursos/predicadorylaoracion.pdf

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