lunes, 1 de octubre de 2012

El obrero en su función 2 de 4 - I. Baker



El obrero en su función  - 2da. Parte

3- SU  CARÁCTER   
                                                                                            
EN TODO MOSTRÓ SU SENCILLEZ

En cuanto a la sencillez de Jesús, lo primero que tenemos que destacar es que:

A) Era humilde.
Como discípulos de Jesús, los que hemos encarnado su mismo ministerio, debemos oír su
mandamiento: “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón…” Mateo 11.29. Nos damos
cuenta que no puede haber nada más contrario a Cristo que un espíritu orgulloso. Al menos hay
expresiones bien definidas en que se manifiesta el espíritu de orgullo:
a) Querer ser alguien, tener dotes espirituales, ser brillante, sobresalir.
b) Querer ser servido, mandar, tener autoridad, procura de liderazgo.
c) Querer ser honrado, buscando posición, dinero, posesiones, etc.

Si es que nuestro carácter no ha sido debidamente tratado por Dios, tenemos que tener
cuidado.  Porque  siendo  obreros  que  aspiran  a  cargos  de  responsabilidad  en  la  Iglesia,  muy
fácilmente  esa  aspiración  puede  transformarse  en  una  intención  carnal,  apeteciendo  alcanzar
liderazgo. En realidad la iglesia ofrece el más alto de los liderazgos porque allí actuamos de parte de
Dios mismo, y tenemos influencia sobre las almas y los espíritus. Nos miran como representantes
de Dios y nos brindan el más alto amor y respeto. Y debe ser así. Dios manda que se ame y respete
a sus obreros. Pero Dios también pone mucho cuidado en amonestarnos, no sea que de repente nos
apropiemos de alguna gloria que sólo corresponde al Señor; que nuestra carne comience a gustar y a
beber de la fuente de orgullo. Ejemplo: Diótrefes 3º Juan 9; Pablo y su aguijón 2º Corintios 12.7
Por eso nos conviene marcar claramente este aspecto en la vida de Jesús: su humildad e
imitarlo. A través de Jesús se manifiesta la humildad de Dios. La cuna en el pesebre, la modesta
casa de Nazaret, la carpintería de José y la modesta vida de Jesús; no fueron circunstancias que se
dieron al azar sino que obedecieron a una deliberada situación de Dios. Fue el entorno adecuado
que escogió para su Hijo. El tenía que ser ejemplo de humildad como eficaz antídoto del orgullo del
hombre.  Evidentemente el dueño del universo ha querido dejar bien marcada la lección  de la
modestia. No cabe en un discípulo de Cristo el afán por alcanzar posición, fama entre los hombres o
riquezas materiales.
Pero no sólo nos dio el ejemplo, sino también el mandamiento:  “… sea el mayor entre
vosotros como el más joven, y el que dirige como el que sirve”. Lucas 22.26

B) No era pretencioso.
La sencillez de Jesús también se notaba en que para hacer la obra no echaba mano a ningún
recurso  especial.  Al  adoptar  este  modo  de  obrar,  lejos  de  limitarse,  se  le  abrían  todas  las
posibilidades. Cualquier lugar o circunstancia era recurso adecuado para cumplir su ministerio. Esto
hacía que él estuviera permanentemente en contacto con la gente y que fuera accesible a todos. En
la imitación de Jesús todo el andamiaje mundano y ostentoso se desploma y la iglesia vuelve a su
imagen primitiva de la humildad.
La iglesia deja sus posesiones, grandes edificios e instituciones e invierte su dinero en
misiones, obreros y los pobres y necesitados de la grey. Para la predicación y el ministerio adopta
los recursos comunes que se dan naturalmente. La iglesia deja de estar escondida cómodamente en
sus edificios y se vuelca a las calles, las avenidas, las plazas buscando los grandes lugares de
9aglomeración para predicar y ganar a los pecadores. Los hogares vuelven a ser los centros donde se
forman los discípulos.

Veamos algunas cosas más que hacen a la sencillez en la imitación de Jesús:

a) Ubicarnos como instrumentos de Dios y no como los que hacemos la obra.
Cristo es la vid, nuestro Padre es el labrador, nosotros somos los instrumentos en las manos
del  labrador.  Nosotros  predicamos,  él,  por  medio  del  Espíritu  Santo  convence  de  pecado  y
convierte. Nosotros no somos responsables de la conversión de los pecadores, sino sólo de la
predicación. A veces hemos tenido temor de predicar a alguno “porque después nos vamos a sentir
responsables de seguirle hasta que se convierta”. También hemos dicho alguna vez: “No voy a
hablar a muchos porque después no podré dormir de noche pensando en mi responsabilidad de
hacer un seguimiento de cada caso”. Otras veces hemos señalado por nuestra cuenta a alguno y
hemos declarado que se va a convertir. De ahí en adelante hemos trabajado e insistido sin resultado
positivo. Eso también nos ha frustrado.
Debemos ser más modestos y dejar a Dios la parte que le corresponde a él. Nuestra parte
debe ser descubrir aquellos en los cuales vemos que el Espíritu Santo está obrando. Jesús dijo:
“Ninguno puede venir a mí si el Padre que me envió no le trajere”. Juan 6.44. Aprendamos a usar
el evangelio como si fuera un radar para descubrir a los que tienen sed de Dios.

b) Aprender a hacer la obra con los recursos que se nos dan en la mano.
Para  nuestra  función  como  obreros  debemos  valorar  mucho  lo  que  se  nos  da,  lo  que
tenemos, nuestras circunstancias, nuestra esposa, nuestros hijos, nuestra casa, nuestro barrio, el
lugar de nuestro trabajo, lo lugares que nosotros frecuentamos. Lo fundamental no es buscar otro
lugar y otra circunstancia sino  transformar las circunstancias por nuestra presencia y por nuestra
palabra. Lo fundamental es estar fortalecidos e iluminados por el Espíritu Santo. Así que uno de
nuestros más grandes aciertos será hacer buen uso de las circunstancias comunes que se nos dan.
Luego ser diligentes en seguir a los que manifiestan sed.

c) Saber ser “heraldos” y no eruditos polemicistas
No dijo Dios que tenemos que contestar todas las preguntas. Nuestra mejor respuesta será
insistir en explicar y repetir lo que hemos predicado.

d)  Que no nos perdamos más entre las muchas páginas de la Biblia  sino que sepamos
“trazar bien la Palabra de verdad…” Yo diría que redescubramos  “la pequeña Biblia de los
apóstoles”. Es decir, los mandamientos de Cristo. Lo que llamamos “la Carpeta de las Enseñanzas”
es precisamente esa palabra de Cristo. Cuando la completemos queremos que contenga todos los
mandamientos del Señor que son los que él mandó a predicar. Mateo 28.19-20

e) Que la plenitud del Espíritu sea algo presente, accesible, vigente y no algo misterioso y
lejano.

f) Que la oración sea fácil, hablando con nuestro Padre como un amigo, un compañero. Que
sea fácil, constante, eficaz por causa de una fe basada en un amor sincero donde todo se cree, todo
se espera, todo se puede en Cristo.

g)  Que  nuestra  predicación  sea  sencilla,  constante,  saturada  de  humildad,  gracia  y
misericordia, que usemos mucho nuestro testimonio y experiencia, que no nos preocupemos en
saber muchas cosas “sino sólo a Jesucristo y a éste crucificado”. Que lo declaremos con lenguaje
sencillo no pretendiendo afectar mayor sabiduría cuando estamos  con gente más ilustrada. Con
ellos  seamos igualmente  sencillos. Así fue Jesús.

h) Que no tengamos temor de repetir. No nos cansemos de repetir. La repetición es la que
ayuda a los que escuchan a comprender y a nosotros a quedar más claros y poseídos de la Palabra.
No procuremos novedades. No hay novedades. Dios está repitiendo las mismas cosas desde la
eternidad pasada. La novedad, lo nuevo, es el vigor espiritual que el Espíritu da a la Palabra. Cada
vez que lo repetís tendrá una nueva gracia, una nueva profundidad, si lo das en fe el Espíritu dará
vida a la palabra. Con Dios las cosas viejas se hacen nuevas constantemente. El buen levita es el
que saca de sus tesores cosas nuevas y viejas. Pero es que las viejas son hechas nuevas por Dios.
Como  Juan  que  dice  que  nos  da  un  mandamiento  nuevo,  y  luego  aclara  que  es  el  viejo
mandamiento. 1º Juan 2.7-8

En todo esto imitemos la sencillez que había en Cristo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.